Las cuatro mayorías absolutas consecutivas obtenidas por Fraga –fruto de una gestión claramente positiva que ha colocado a Galicia entre las primeras comunidades de España en crecimiento y desarrollo económico– habían dejado a la oposición (BNG y PSG) escaso margen y pocas esperanzas de llegar al poder, al menos a corto o medio plazo. Únicamente la división interna dentro del PP gallego a cuenta de la peliaguda sucesión de Fraga, así como la anticuada estructura del partido –más cercana a los usos a veces caciquiles de la antigua Galicia rural que a las exigencias de una emergente sociedad urbana basada en los servicios y en la industria– ofrecía a la oposición algunas esperanzas –muy limitadas– de crecimiento electoral.
Pero el naufragio del Prestige –que no ha sido el primero de este tipo, ni tampoco, por desgracia, será el último– ha arrojado a las costas gallegas, flotando entre el chapapote, un cofre repleto de armas políticas no convencionales que los partidos serios y responsables, conscientes de su peligrosidad y de sus efectos secundarios, siempre se han negado a emplear. Sin embargo, PSOE y BNG (especialmente el segundo), ayunos de poder durante largos años, han creído ver en el chapapote el milagroso maná que les permitirá atravesar, rumbo a la Xunta o a La Moncloa, el desierto político en el que les ha situado su falta de proyectos de gobierno creíbles.
Puesto que el electorado suele castigar el uso descarado de los gases venenosos de la demagogia en el combate político, los nacionalistas del BNG optaron por crear la plataforma Nunca máis, una pantalla destinada a aglutinar el descontento (legítimo) por los errores cometidos por el Gobierno en los primeros compases de la catástrofe del Prestige –compensados después por la rapidez en la gestión de las ayudas y por el plan de inversiones aprobado para Galicia– para transformarlo, según sus propios fundadores, en el despertar de la conciencia de un pueblo “oprimido y olvidado” por España desde tiempo inmemorial. La misión de Nunca máis –como confesaron sus propios líderes cuando Libertad Digital y después otros medios pusieron de manifiesto la identidad entre la plataforma y el BNG– no era recaudar fondos para las tareas de limpieza o para ayudar a los damnificados –como creían quienes, de buena fe, dieron dinero a la organización creada por los nacionalistas gallegos–, sino aunar voluntades y medios económicos para organizar protestas que pretendían ser expresión “espontánea” del descontento respecto de sus gobernantes de una gran parte de los gallegos quienes, aparentemente, apoyarían la “solución” nacionalista a los problemas de Galicia.
Son precisamente esos fondos recaudados merced a la explotación de la solidaridad y la buena fe de muchos españoles los que han permitido a Nunca máis organizar la manifestación del pasado fin de semana en Madrid y fletar los autocares que transportaron a la capital a gran parte de los poco más de cien mil manifestantes –según los organizadores superaron el millón– que, de nuevo –como ocurrió en la manifestación contra la guerra– fueron utilizados al servicio de las ambiciones políticas de Beiras, Zapatero, Llamazares, los nacionalistas vascos y catalanes, los sindicatos y, en general, de todos aquellos a quienes no les importa seguir manchando de chapapote la imagen de Galicia –que vive, no de la pesca, sino del turismo– con tal de desgastar al Gobierno por cualquier medio.
Pasados los primeros días de desconcierto, desinformación y descoordinación, el Gobierno y la Xunta, aunque algo tarde, han tomado las medidas necesarias para paliar los efectos de la catástrofe. Hoy, la mayoría de las playas están completamente limpias; la pesca y el marisqueo empiezan a reanudarse, las tareas de limpieza en los acantilados progresan a buen ritmo, las ayudas se cobran con puntualidad y se está gestionando el cobro de las indemnizaciones que habrá de abonar el Fondo. Poco más puede hacerse de momento que no sea intentar sacar provecho político de una desgracia que todos desean –aunque nadie pueda garantizarlo– que “nunca más” se produzca.
Todos menos, naturalmente, quienes pretenden suplir su falta de iniciativas y proyectos políticos creíbles con la explotación demagógica de la catástrofe, de la que sólo sacará provecho el BNG, no el PSOE de Zapatero –que pretende suplir sus carencias parlamentarias abonándose a la pancarta, sirviendo de “tonto útil” a toda organización antisistema que tenga a bien convocar una manifestación contra el Gobierno– y mucho menos el menguante PSG de Touriño, cuya unión con Beiras en las pasadas elecciones autonómicas relegó al PSG al tercer puesto en el ránking de fuerzas políticas gallegas.

Nunca hubo más demagogia

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