Aunque el coma-andante y sus cómplices llevan más de cuarenta y cuatro años haciendo el ridículo, todavía son capaces de sorprendernos algunas de sus iniciativas. Para la Seguridad del Estado castrista hasta los dibujos animados pueden favorecer la subversión y ser víctimas de su ira. Cuesta creerlo, pero los comisarios políticos que velan por la propaganda comunista han iniciado una cruzada en contra de un dibujo argentino, no muy conocido, pero suficientemente peligroso para un régimen que, por carecer, carece del más mínimo sentido del ridículo.
Si los cubanos no sufrieran como sufren, todo lo que ocurre en la prisión grande sería digno de ser analizado desde la burla y el desprecio, pero por desgracia detrás de tanta estupidez se esconde una agonía terrible y una enorme desesperanza. Según informa Jaime Leygonier, periodista independiente de Nueva Prensa Cubana, el Ministerio de Educación de la isla ha ordenado a los maestros que retiren de las paredes de sus aulas los dibujos que reproducen a Dibu, protagonista de una serie argentina de muñequitos animados que por error emitió la televisión castrista. A pesar de que los niños cubanos se entusiasmaron con él, Dibu ya no podrá compartir espacio con la foto de Guevara. Para quienes gobiernan la vida de los cubanos desde que nacen hasta que mueren, el dibujo argentino representa a un capitalista peligroso que no merece formar parte de la imaginación de unos niños que sólo pueden soñar con el Che.
En los colegios de Cuba únicamente caben las imágenes y las biografías de los asesinos. Nadie puede extrañarse de que en la aduana permanezcan retenidos más de cinco mil libros que el Gobierno estadounidense ha enviado a las pocos bibliotecarios independientes que arriesgándose a ir a la cárcel desafían a la tiranía. Entre esos textos se encuentran las memorias de Groucho Marx, novelas de Stephen King, obras de Carl Sagan y ensayos de Martín Luther King. Sin duda, estos libros pueden resultar altamente peligrosos para la seguridad de los hermanos Castro, lo único que se respeta en el país de las doscientas cárceles.
Los estudiantes de la isla son obligados a asistir a los actos de repudio que los agentes del régimen organizan para asediar a los disidentes, pero en ningún caso se les permite leer los relatos de terror que escribe Stephen King. No pueden distraerse con un espanto ficticio, el suyo ha de ser real y constante hasta que puedan ofrecerse a un miserable que carente de todo escrúpulo sea capaz de disfrutar con su miseria. Son estos los logros de la educación castrista. Todos los que fuera de la isla defienden sus resultados, tendrían que matricular a sus hijos en un colegio de La Habana. Mientras no lo hagan, sería deseable que enmudeciesen antes de desear para los demás lo que no son capaces de soportar.
En Cuba —donde los personajes de Walt Disney están prohibidos por ser demasiado liberales, Tarzán es considerado un colonialista racista y Superman un símbolo del imperialismo yanqui— no se consiente que los niños decoren sus clases con la imagen de un dibujo animado argentino. Si fuera vietnamita o norcoreano sería cuestión de hablarlo. Pero de Argentina, Castro sólo necesita a los asesinos. Los que tiene por jóvenes esclavos han de esforzarse en admirar al extranjero que más cubanos ha fusilado, no pueden perder el tiempo con dibujitos insustanciales y carentes de todo espíritu robolucionario.
Por muy inteligente que sea Dibu, nunca podrá sospechar la magnitud del laberinto en que se ha metido. Tendrá que sufrir todo tipo de “interrogatorios” antes de ser condenado a veinte años de cárcel. Jamás volverá a Argentina. Tal vez en “Combinado del Este” o en “Mazorra”, el siniestro psiquiátrico de La Habana, algún preso le cuente lo que le ocurrió a Camilo Cienfuegos por despertar los celos de Fidel Castro. Otelo, comparado con el Máximo Líder, era una monjita de la caridad.

Castro tiene celos de un dibujo animado
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