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ETA se queda sin pantallas

Desde Lenin, Stalin y Gramsci, la estrategia de los grupos revolucionarios asentados en regímenes democráticos ha sido básicamente la misma: combinar la “lucha” ilegal con el aprovechamiento de los instrumentos que el estado de derecho ofrece, creando organizaciones-pantalla legales al servicio de la difusión de los ideales revolucionarios –donde el recurso a la intoxicación y la desinformación es sistemático. La infiltración del mayor número posible de instituciones y centros de poder; el aprovechamiento al máximo de los errores, debilidades, divisiones e indecisiones del “enemigo” y las alianzas estratégicas con grupos o partidos afines para utilizarlos y atraerlos a las tesis propias –“tontos útiles”– son también parte de la estrategia destinada a crear un clima favorable, o al menos no hostil, a las pretensiones de los revolucionarios.

Esta ha sido también la estrategia de ETA desde la transición. Además de nacionalistas, los etarras son también marxistas-leninistas y, como tales, han aplicado casi al pie de la letra las enseñanzas de la literatura clásica revolucionaria. Buena prueba de ello es la compaginación de las actividades terroristas con la labor de propaganda y agitación a través de pantallas como Batasuna y las organizaciones que de ella dependen –creadas por orden de la dirección de ETA–, y también los infiltrados en instituciones como la Iglesia, diversas empresas, medios de comunicación, sindicatos, partidos políticos y, probablemente, sectores clave de la Administración autonómica como los ayuntamientos, la enseñanza o incluso la Policía Autónoma vasca; quienes, además de realizar funciones de propaganda y difusión del ideario, se encargan de marcar objetivos al “aparato militar” de la organización. Tampoco faltan los “tontos útiles” como Izquierda Unida –que comparte con ETA la devoción por Castro– o los “aliados estratégicos” como PNV-EA, ganados definitivamente para la “causa” separatista en el Pacto de Estella.

Por desgracia ha tenido que pasar una generación y centenares de asesinatos para que la sociedad española, la clase política y el estamento judicial superen sus complejos y se atrevan proclamar en voz alta lo evidente: que dar estatuto legal a la tapadera política de los terroristas fue un inmenso error fomentado, todo hay que decirlo, desde el PNV, que siempre ha pronosticado terribles catástrofes ante la posibilidad de que el gobierno de turno cayera en la “tentación” de aplicar el peso de la ley y los instrumentos del estado de derecho a quienes pretenden destruirlo. Los hechos han demostrado que son esos instrumentos, precisamente, los más eficaces para combatir la lacra terrorista, pues la suspensión de Batasuna y la estricta aplicación de la ley a los responsables de la kale borroka no han provocado el estallido social que el PNV vaticinaba. Y, por ello, cabe suponer que la definitiva ilegalización del brazo político de ETA, sentencia unánime del Tribunal Supremo dictada el lunes después de que pocos días antes el Tribunal Constitucional se pronunciara también unánimemente por la constitucionalidad de la Ley de Partidos, contribuirá aún más eficazmente a la eliminación la lacra etarra que, a partir de ahora, ya no tendrá a su disposición altavoces, presupuestos de ayuntamientos ni subvenciones del Gobierno vasco para seguir practicando la coacción y el asesinato.

La cantinela de los nacionalistas (y de IU), repetida una vez más el lunes, de que la ilegalización de Batasuna es un atentado contra la democracia porque priva de su opción política preferida a 150 mil votantes ya no puede engañar a nadie con un mínimo de sensatez; pues, aparte de que por muy numerosos que sean los votos jamás podrán convertir una organización criminal en una opción política, quien más tiene que perder con el paso a la clandestinidad de la fachada legal de ETA es el PNV. A partir de ahora, los nacionalistas ya no podrán contar con los altavoces de ETA para continuar jugando con los constitucionalistas al “policía bueno” y el “policía malo”. Tendrán que representar ellos solos ambos papeles.

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