Guerra mesurada
Después de tres días de guerra en Irak, las apocalípticas masacres –se ha llegado a hablar de 200.000 muertos– profetizadas por la extrema izquierda internacional congregada en torno al Foro Social Mundial, siguen sin producirse. Los bombardeos se han limitado a objetivos exclusivamente militares (20 instalaciones gubernamentales y palacios de Sadam Husein en Bagdad, y otros objetivos militares en Mosul, Kirkuk y Tikrit, la ciudad natal del tirano). Pese a la intensidad y la aparatosidad de los bombardeos, gracias a la precisión de las bombas inteligentes sólo han muerto cuatro militares iraquíes, resultando heridos algunos civiles. En cambio, por parte de los aliados, las bajas se elevan a doce (4 estadounidenses y 8 británicos), a resultas de un accidente de helicóptero.
Norteamericanos y británicos han manifestado desde el principio que su objetivo no era masacrar a la población civil o destruir el país, sino acabar con el régimen de Sadam como único medio eficaz de eliminar la amenaza que para la paz y la seguridad en el mundo constituyen sus arsenales convencionales, químicos y bacteriológicos. Y para ello, dado el carácter brutal e inhumano del régimen, que no vacila en asesinar y torturar a los disidentes o en practicar el genocidio con las minorías, los aliados confían en que la vía más corta es apartar a Sadam del poder; ya sea vivo o muerto. Es posible que los aliados lo hayan conseguido en el primer bombardeo de la guerra, dirigido al búnker donde celebraba consejo con la cúpula del régimen, incluidos sus hijos. Pero en cualquier caso, la oleada de misiles lanzada el viernes sobre Bagdad, que con precisión matemática ha demolido los edificios gubernamentales ( shock and awe ), está destinada a infundir “conmoción y pavor” en la cadena de mando iraquí de tal forma que sean los propios jefes militares iraquíes los que destruyan el régimen de Sadam negándose a cumplir sus órdenes.
De momento, ya se han producido varias rendiciones; en especial la de la 51ª división de infantería cerca de Basora (8.000 hombres), una vez que los aliados se han hecho con el control de las salidas de Irak al mar y el de la mayor parte de los campos petrolíferos del sur. La espectacularidad de los bombardeos y, sobre todo, la precisión con la que se ejecutan, está empezando a producir el poderoso efecto psicológico entre los mandos militares iraquíes que buscan los norteamericanos. Un efecto intensificado por la circunstancia de que hace muchas horas que Sadam Husein no se pone en contacto con sus generales, lo cual hace pensar que podría estar muerto o mal herido.
Nada tiene que ver, pues, la II Guerra del Golfo con la II Guerra Mundial o con la Guerra de Vietnam; donde fue la población civil la que sufrió la peor parte en los bombardeos. Los agitadores de la extrema izquierda olvidan –o tratan de hacerlos olvidar– que la tecnología ha hecho posible pasar de la “guerra total”, donde no se distingue apenas entre objetivos civiles o militares, a lo que podría llamarse la “guerra quirúrgica” –en la I Guerra del Golfo ya pudieron verse algunos ejemplos–, que trata de extirpar el absceso amenazador con certeros golpes de bisturí sin dañar, o dañando mínimamente, el resto del organismo. En definitiva, se trata por ahora –ojalá pueda continuar así– de una guerra mesurada, civilizada –si es que puede llamarse así–, como las del siglo XIX, en las que población civil –salvo desgraciados accidentes– era un mero espectador.
EDITORIAL
Violencia descontrolada
La violenta demagogia de la extrema izquierda en contra de la guerra contrasta estridentemente con la eficacia y la moderación que hasta ahora han mostrado –nada indica por el momento que vayan a dejar de hacerlo– los aliados en los tres días de reanudación de las hostilidades contra el régimen de Sadam. Resulta chocante que, en España, quienes dicen defender la paz, la libertad y la democracia, se hayan propuesto coaccionar y amordazar al partido del Gobierno –al más puro estilo batasuno y siguiendo fielmente las directrices del Foro Social Mundial– para que no pueda escucharse su voz.
Desde que empezaron los ataques a los candidatos (Ruiz Gallardón) y las sedes (Getafe), en este diario defendimos la necesidad de una firme reacción por parte del PP. Es de todo punto intolerable, además de suicida, permitir que la extrema izquierda introduzca impunemente los métodos batasunos en la política nacional; pues los resultados de la tolerancia con la intolerancia son bien palpables en el País Vasco. Por fin el PP, de la mano de Pío García Escudero, el coordinador de organización del PP, se ha decidido a denunciar más de cincuenta agresiones físicas y verbales contra sedes, cargos electos y candidatos; perpetradas en muchos casos con la colaboración activa de cargos electos del PSOE e IU; aunque los populares no han creído conveniente citar sus nombres.
Ya hemos señalado en varias ocasiones que Zapatero, con sus urgencias electorales combinadas con una absoluta falta de ideas y proyectos creíbles de gobierno, ha decidido engancharse al carro de la demagogia antisistema para recorrer más aprisa la senda que conduce al poder. Como quien juega con fuego, cree que en el momento oportuno, después de haber cosechado los votos, podrá controlar las llamas del incendio demagógico que ha provocado Izquierda Unida y al que el líder del PSOE añade leña de muy buen grado. Pero la situación se le empieza a ir de las manos, como ha podido comprobarse con el ataque a los candidatos y las sedes del PP –en cumplimiento de uno de los puntos de la agenda del Foro Social–, con la manifestación que en la mañana del viernes tuvo lugar en Madrid ante el Congreso –los agitadores, encabezados por Llamazares y Caldera, pretendían romper el cordón policial que rodeaba el edificio– o con el corte, el viernes por la noche, del Paseo de la Castellana de Madrid; donde en los aledaños de la sede central del PP se vivieron episodios de violencia callejera sobrecogedoramente semejantes a los que protagonizan los jóvenes proetarras en la llamada kale borroka .
Tan grave es la situación que Su Majestad el Rey ha creído necesario hacer una llamada al orden para que la lucha política retome los cauces que marca la Constitución. Aun a pesar de ello, ni Llamazares ni Zapatero han condenado todavía las intolerables agresiones físicas y verbales –tan similares a las que padecen el PP vasco y el PSE a manos de los proetarras– que han sufrido los cargos y candidatos del PP. Ebrio por el momentáneo y aparente triunfo de su estrategia conjunta con Llamazares de aislar coactiva y violentamente al Gobierno, Zapatero cree que el éxito final en las urnas justificará sus prácticas.
Sin embargo, es probable que la mayoría de los ciudadanos, partidarios del orden, la moderación y la mesura, acaben pasándole factura electoral al PSOE (y quizá también a IU) por sus excesos, sus carencias programáticas y sus indefiniciones y ambigüedades en la cuestión nacional. Pero, sobre todo, por sus recientes malas compañías y por su incitación directa a la algarada callejera ruidosa y permanente contra el Gobierno, la cual empieza a degenerar rápidamente en violencia descontrolada contra el Gobierno y el PP.
Después de tres días de guerra en Irak, las apocalípticas masacres –se ha llegado a hablar de 200.000 muertos– profetizadas por la extrema izquierda internacional congregada en torno al Foro Social Mundial, siguen sin producirse. Los bombardeos se han limitado a objetivos exclusivamente militares (20 instalaciones gubernamentales y palacios de Sadam Husein en Bagdad, y otros objetivos militares en Mosul, Kirkuk y Tikrit, la ciudad natal del tirano). Pese a la intensidad y la aparatosidad de los bombardeos, gracias a la precisión de las bombas inteligentes sólo han muerto cuatro militares iraquíes, resultando heridos algunos civiles. En cambio, por parte de los aliados, las bajas se elevan a doce (4 estadounidenses y 8 británicos), a resultas de un accidente de helicóptero.
Norteamericanos y británicos han manifestado desde el principio que su objetivo no era masacrar a la población civil o destruir el país, sino acabar con el régimen de Sadam como único medio eficaz de eliminar la amenaza que para la paz y la seguridad en el mundo constituyen sus arsenales convencionales, químicos y bacteriológicos. Y para ello, dado el carácter brutal e inhumano del régimen, que no vacila en asesinar y torturar a los disidentes o en practicar el genocidio con las minorías, los aliados confían en que la vía más corta es apartar a Sadam del poder; ya sea vivo o muerto. Es posible que los aliados lo hayan conseguido en el primer bombardeo de la guerra, dirigido al búnker donde celebraba consejo con la cúpula del régimen, incluidos sus hijos. Pero en cualquier caso, la oleada de misiles lanzada el viernes sobre Bagdad, que con precisión matemática ha demolido los edificios gubernamentales ( shock and awe ), está destinada a infundir “conmoción y pavor” en la cadena de mando iraquí de tal forma que sean los propios jefes militares iraquíes los que destruyan el régimen de Sadam negándose a cumplir sus órdenes.
De momento, ya se han producido varias rendiciones; en especial la de la 51ª división de infantería cerca de Basora (8.000 hombres), una vez que los aliados se han hecho con el control de las salidas de Irak al mar y el de la mayor parte de los campos petrolíferos del sur. La espectacularidad de los bombardeos y, sobre todo, la precisión con la que se ejecutan, está empezando a producir el poderoso efecto psicológico entre los mandos militares iraquíes que buscan los norteamericanos. Un efecto intensificado por la circunstancia de que hace muchas horas que Sadam Husein no se pone en contacto con sus generales, lo cual hace pensar que podría estar muerto o mal herido.
Nada tiene que ver, pues, la II Guerra del Golfo con la II Guerra Mundial o con la Guerra de Vietnam; donde fue la población civil la que sufrió la peor parte en los bombardeos. Los agitadores de la extrema izquierda olvidan –o tratan de hacerlos olvidar– que la tecnología ha hecho posible pasar de la “guerra total”, donde no se distingue apenas entre objetivos civiles o militares, a lo que podría llamarse la “guerra quirúrgica” –en la I Guerra del Golfo ya pudieron verse algunos ejemplos–, que trata de extirpar el absceso amenazador con certeros golpes de bisturí sin dañar, o dañando mínimamente, el resto del organismo. En definitiva, se trata por ahora –ojalá pueda continuar así– de una guerra mesurada, civilizada –si es que puede llamarse así–, como las del siglo XIX, en las que población civil –salvo desgraciados accidentes– era un mero espectador.
EDITORIAL
Violencia descontrolada
La violenta demagogia de la extrema izquierda en contra de la guerra contrasta estridentemente con la eficacia y la moderación que hasta ahora han mostrado –nada indica por el momento que vayan a dejar de hacerlo– los aliados en los tres días de reanudación de las hostilidades contra el régimen de Sadam. Resulta chocante que, en España, quienes dicen defender la paz, la libertad y la democracia, se hayan propuesto coaccionar y amordazar al partido del Gobierno –al más puro estilo batasuno y siguiendo fielmente las directrices del Foro Social Mundial– para que no pueda escucharse su voz.
Desde que empezaron los ataques a los candidatos (Ruiz Gallardón) y las sedes (Getafe), en este diario defendimos la necesidad de una firme reacción por parte del PP. Es de todo punto intolerable, además de suicida, permitir que la extrema izquierda introduzca impunemente los métodos batasunos en la política nacional; pues los resultados de la tolerancia con la intolerancia son bien palpables en el País Vasco. Por fin el PP, de la mano de Pío García Escudero, el coordinador de organización del PP, se ha decidido a denunciar más de cincuenta agresiones físicas y verbales contra sedes, cargos electos y candidatos; perpetradas en muchos casos con la colaboración activa de cargos electos del PSOE e IU; aunque los populares no han creído conveniente citar sus nombres.
Ya hemos señalado en varias ocasiones que Zapatero, con sus urgencias electorales combinadas con una absoluta falta de ideas y proyectos creíbles de gobierno, ha decidido engancharse al carro de la demagogia antisistema para recorrer más aprisa la senda que conduce al poder. Como quien juega con fuego, cree que en el momento oportuno, después de haber cosechado los votos, podrá controlar las llamas del incendio demagógico que ha provocado Izquierda Unida y al que el líder del PSOE añade leña de muy buen grado. Pero la situación se le empieza a ir de las manos, como ha podido comprobarse con el ataque a los candidatos y las sedes del PP –en cumplimiento de uno de los puntos de la agenda del Foro Social–, con la manifestación que en la mañana del viernes tuvo lugar en Madrid ante el Congreso –los agitadores, encabezados por Llamazares y Caldera, pretendían romper el cordón policial que rodeaba el edificio– o con el corte, el viernes por la noche, del Paseo de la Castellana de Madrid; donde en los aledaños de la sede central del PP se vivieron episodios de violencia callejera sobrecogedoramente semejantes a los que protagonizan los jóvenes proetarras en la llamada kale borroka .
Tan grave es la situación que Su Majestad el Rey ha creído necesario hacer una llamada al orden para que la lucha política retome los cauces que marca la Constitución. Aun a pesar de ello, ni Llamazares ni Zapatero han condenado todavía las intolerables agresiones físicas y verbales –tan similares a las que padecen el PP vasco y el PSE a manos de los proetarras– que han sufrido los cargos y candidatos del PP. Ebrio por el momentáneo y aparente triunfo de su estrategia conjunta con Llamazares de aislar coactiva y violentamente al Gobierno, Zapatero cree que el éxito final en las urnas justificará sus prácticas.
Sin embargo, es probable que la mayoría de los ciudadanos, partidarios del orden, la moderación y la mesura, acaben pasándole factura electoral al PSOE (y quizá también a IU) por sus excesos, sus carencias programáticas y sus indefiniciones y ambigüedades en la cuestión nacional. Pero, sobre todo, por sus recientes malas compañías y por su incitación directa a la algarada callejera ruidosa y permanente contra el Gobierno, la cual empieza a degenerar rápidamente en violencia descontrolada contra el Gobierno y el PP.

