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La descomposición de la Universidad

La larga decadencia de la educación en España comenzó en el momento en que su objetivo primordial dejó de ser la formación de ciudadanos honestos, trabajadores, responsables, con espíritu crítico y amantes de la verdad, para convertirse en instrumento fuertemente politizado al servicio del logro de caducas utopías sociales y políticas, así como en gigantesco laboratorio donde los modernos pedagogos han ensayado con absoluta impunidad las teorías educacionales más disparatadas. Para una mente libre de prejuicios, la formación media de un bachiller de hace veinte o treinta años educado en una escuela pública no resiste la comparación con los bachilleres de la actualidad. Muchos de éstos, después de quince años de estudios, no son capaces de expresarse correctamente en lenguaje hablado ni de redactar un sencillo párrafo sin cometer varias faltas de ortografía o de sintaxis; por no hablar de sus conocimientos de Geografía, de Historia, de Literatura Clásica, de Filosofía, de Física o de Matemáticas.

Petronio, procónsul de Bitinia y árbitro de la elegancia en la decadente corte de Nerón hasta que, junto con Séneca, Lucano y Afranio Burro, cayó en desgracia, también se quejaba de la educación de su tiempo en El Satiricón, afirmando por boca de uno de sus personajes que “quienes toman el estudio como cosa de juego, son la irrisión del foro en su juventud; y llegados a la edad adulta, no se atreven a confesar que fueron educados viciosamente”. Es precisamente esa viciosa educación recibida en la infancia y en la adolescencia lo que convierte a los estudiantes universitarios en presa fácil de demagogos profesionales que ponen sus cátedras –en muchas ocasiones obtenidas al amparo de las leyes promulgadas por el PSOE, que promueven la selección por filiación ideológica y que el PP, con sus complejos centristas, apenas se ha atrevido a tocar– al servicio de intereses políticos totalmente ajenos a la función docente. Buena parte de los muchos jóvenes que han engrosado las manifestaciones contra la guerra, lo han hecho impulsados –y, en no pocas ocasiones, coaccionados– por sus propios profesores.

Por ejemplo, los rectores del Instituto Joan Luis Vives, que reúne a las 18 universidades de los “Països catalans”, han aprobado un manifiesto contra la guerra en Irak animando a los estudiantes a continuar las protestas de carácter “pacífico”, como el depósito de 700 kilos de excrementos ante la sede del PP de Barcelona por parte de estudiantes de la UAB, cuyo rector, Luis Ferrer, afirma que las manifestaciones –que suelen degenerar en ataques contra las sedes y cargos del PP y, últimamente, en saqueos de centros comerciales– son “muy formativas y enriquecedoras para los estudiantes”, pues el ataque contra Irak, en opinión del rector, es “ilegal e ilegítimo”.

Sin embargo, lo verdaderamente ilegal e ilegítimo –además de inmoral– es que los rectores de las universidades Catalanas, Valencianas y Baleares utilicen sus cargos para hacer proselitismo político activo animando a los estudiantes a concurrir a manifestaciones donde se infama al Gobierno y a los cargos y candidatos del PP con el calificativo de “asesinos”. O que un profesor de Ciencia Política de la UCM y miembro de Izquierda Unida, Juan Carlos Monedero, organice una web para verter insultos y calumnias contra el Gobierno de España y sus aliados, para coordinar las manifestaciones “pacíficas” que intentaron asaltar el Congreso o la sede central del PP en Madrid, o para organizar ataques contra la web del partido del Gobierno.

Aunque lo que da, no obstante, una idea más clara del grado de degradación y descomposición moral alcanzado por una Universidad fuertemente politizada, que recibe los frutos de una enseñanza media fuertemente impregnada de relativismo moral y de sectarismo camuflados de “espíritu crítico”, es la actitud del vicerrector de la Universidad de Jaén, José Antonio Torres. En lugar de poner fin al griterío de los estudiantes, que vociferaban exaltados el pasado martes ante el aula de José Enrique Fernández Mora, profesor de ese campus y presidente provincial del PP, llamándole “hijo de puta” y acusándole de tener “las manos llenas de sangre”, lo que hizo Torres fue recriminar al escolta de Fernández Mora por llamar a la Policía Nacional –sólo llegaron dos agentes de la Policía Local– cuando vio en serio peligro la integridad física de su protegido.

Para el vicerrector –responsable del orden interno en el recinto del campus–, parece preferible que un profesor universitario sea vejado en su propia aula –como también lo ha sido Cristina Nestares, concejal de Ayuntamiento de Jaén y profesora de Filología Inglesa en la misma universidad que Fernández Mora– y que corra riesgo su integridad física antes que las fuerzas del orden “mancillen” su inmaculado campus. Después de todo, los alumnos no han hecho sino seguir los consejos, enseñanzas y exhortaciones que reciben sus profesores.

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