Que el derroche de medios, energía y organización que la izquierda ha desplegado en contra de la guerra no ha sido más que un pretexto para dar rienda suelta a su tradicional antiamericanismo –y, de paso, para desgastar al Gobierno y allegar algunos votos–, queda corroborado por la actitud del PSOE, de IU y de la Plataforma Cultura contra la Guerra respecto de la escalada represiva que Castro ha puesto en marcha, la cual ya ha costado la vida a tres disidentes que querían escapar de la isla-cárcel y redundará en largas condenas de cárcel –sin beneficios penitenciarios– y hasta alguna condena más a muerte para los más de setenta periodistas, escritores y defensores de los derechos humanos a los que la “justicia” castrista, aprovechando que las miradas estaban puestas en Irak, ha retirado de la circulación.
Con la honrada excepción de CCOO, que hizo pública una contundente nota de protesta, ninguna otra organización o partido de la izquierda se ha molestado en pronunciarse explícitamente contra los criminales espasmos de un régimen que, al igual que su máximo dirigente, se sabe al final de su vida y quiere morir matando y reprimiendo para dejarlo todo “atado, y bien atado”. Antes al contrario, desde el PSOE IU no han faltado voces que justifiquen la ola represiva por el “acoso internacional” al que, dicen, Castro está siendo sometido o por la “crueldad” del embargo que EEUU mantiene sobre Cuba (curioso argumento este último, por cierto, ya que uno de los dogmas de la izquierda sostiene que el comercio internacional sólo beneficia a los países ricos y empobrece aún más a los países pobres). Y entre los actores, artistas y escritores –que con tanto celo se manifestaron en contra de la guerra esgrimiendo con tanto desparpajo las víctimas inocentes del conflicto–, han faltado voces que se solidaricen con esas otras víctimas inocentes, esta vez, de la represión de Castro tampoco. Aunque, eso sí, no han faltado voces –la de Almodóvar, sin ir más lejos– que bendijeran las excelencias de la “experiencia democrática” que Chávez, aventajado discípulo de Castro, intenta imponer en Venezuela.
La izquierda, que se rasga las vestiduras cuando en algunos estados de EEUU se aplica la pena de muerte a criminales nauseabundos, no ha gastado ni una gota de saliva en condenar la aplicación de la pena capital a tres cubanos que no causaron ningún daño a nadie y que sólo intentaban huir de los “logros de la revolución”. Tampoco entre los periodistas ha surgido la idea de protagonizar un “plante” al presidente del Gobierno por no mostrar más celo y energía en la condena a un régimen que encarcela a compañeros de profesión por atreverse a ejercerla en un país donde los “plantes” al máximo líder se pagan con la cárcel o con la vida.
Ni Zapatero ni Llamazares, asiduos en las manifestaciones donde se llama “asesinos” a los cargos y militantes del PP, hicieron hueco en sus agendas para llamar –esta vez hubiera sido con toda la razón del mundo– asesino a Castro en la manifestación del pasado sábado ante la embajada de Cuba en Madrid. Quizá porque, según el propio Zapatero, la ejecutoria del PSOE en la lucha contra las dictaduras está tan contrastada que la condena a Castro había que darla por supuesta... aun a pesar de su colaboración en la dictadura de Primo de Rivera, de la revolución de 1934, de la bolchevización del PSOE en la República y en la Guerra Civil, de su clamorosa ausencia en la oposición antifranquista, de los efusivos abrazos que Felipe González dedicó a Castro en su visita a Cuba, del vil modo en que el eurodiputado Martín justificó hace unos días la actual oleada represiva y, finalmente, de la negativa del PSOE andaluz a aprobar una moción de condena contra el régimen cubano.
Castro se ha convertido en la piedra de toque o en la prueba del ácido para todos los que se llamen pacifistas y demócratas. Del mismo modo que el oro falso se disuelve ante el ataque del ácido, el barniz democrático de la izquierda no resiste la corrosión de las condenas a la dictadura castrista, dejando al descubierto la fibra totalitaria de la gran mayoría de la izquierda, nacional e internacional.

Castro, la prueba del ácido

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