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Arzalluz, la cruz y la espada

El PNV, que ha moldeado las instituciones vascas a su imagen y semejanza desde la transición –incluida la bandera–, es un partido fuertemente confesional; hasta tal punto que, desde Sabino Arana, los nacionalistas del PNV creen que los únicos habitantes de España verdaderamente católicos son los vascos –aunque, curiosamente, Vasconia fue una de las regiones de España que más tarde se cristianizó. Por ello, no resulta extraño que el Domingo de Resurrección, el día en que se celebra la victoria de Cristo sobre la muerte y el pecado, sea también el Aberri Eguna, día de la patria vasca que, simbólicamente, se redime de la mancha de la “dominación” española y “resurge” de sus cenizas con una conciencia nacional renovada y pura.

Fiel a la cita de la Pascua Florida, Xabier Arzalluz –ex jesuita– no ha perdido ocasión de dirigirse de nuevo a la parroquia nacionalista, esta vez en lenguaje veterotestamentario, para exhortar como Moisés a sus fieles a construir con Josué-Ibarretxe la “tierra prometida” vasca con una mano en el arado –es decir, en la política– y otra en la espada –o en la pistola–, rodeándola de gruesos muros de intolerancia y racismo que no permitan la entrada a nadie que sea ajeno a la tribu. Y a los ojos de los nacionalistas, ese sueño de una tierra prometida totalitaria “va por buen camino” gracias a la “debilidad” de España y Francia, que, según Arzalluz, hay que estudiar con atención. Especialmente en el caso de España, donde el PP, único partido nacional que defiende sin eufemismos la unidad de España y la vigencia de la Constitución, sufre la oposición de trinchera de un PSOE carcomido por el ansia de llegar al poder y por sus fuerzas centrífugas (Patxi López, Odón Elorza, Pasqual Maragall, etc.) que carece de la visión de Estado necesaria para hacer causa común con el partido del Gobierno en la defensa de la Constitución contra la ofensiva separatista de los nacionalistas.

No es extraño, pues, que, con ocasión del plan de Ibarretxe, con los intentos de reeditar Estella, con un PSOE dividido y con las elecciones del 25 de mayo a la vista, Arzalluz se permita echar capotes a ETA-Batasuna comparando, al igual que Madrazo, al presidente del Gobierno con los terroristas de ETA. Ni tampoco que dijera el domingo que de ahora en adelante se abrirán “muchos caminos para cambiar las cosas” y que “por eso está nervioso París, y con Madrid casi estamos en guerra”.

Aunque Arzalluz también debería explicarle a su feligresía que en una Europa democrática no podrían aceptar –sobre todo si le afecta a Francia–, por mucho que quiera compararlo con Estonia, ese bantustán a la inversa que el PNV, con la inestimable ayuda de los votos y de las pistolas –o las espadas– de ETA-Batasuna, pretende crear con retales de España y Francia. Menos aún cuando el “modelo referencial” de la arcadia euskérica prometida por Ibarretxe es la Cuba de Castro.

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