Tras cinco semanas de forcejeos en el seno de la OLP, el desenlace de la guerra contra Sadam y las presiones del Cuarteto (EEUU, Gran Bretaña, la UE, y la ONU) han obligado a Arafat a aceptar la cesión de competencias al gobierno propuesto por Abu Mazen. Las carteras clave del nuevo gabinete de la Autoridad Nacional Palestina, Seguridad Interior y Finanzas, serán ocupadas respectivamente por el propio Abu Mazen, que también es primer ministro, y por Salam Fiad, un hombre de Mazen que ya ocupaba el cargo en el anterior gobierno.
Arafat ya tuvo que aceptar en el proceso negociador la pérdida del control directo sobre el pago de salarios a los funcionarios de la ANP, gestionado corrupta y arbitrariamente por los hombres de su organización, Al Fatah. Además, Fiad consiguió el apoyo del Parlamento para llevar adelante una serie de reformas para combatir la corrupción, uno de los sellos distintivos de la presidencia de Arafat –cuya fortuna personal se calcula en unos 300 millones de dólares (algo menos de 50.000 millones de pesetas)–, quien ahora tendrá muchas más dificultades para manejar a su antojo –incluida la financiación del terrorismo– los fondos públicos de la ANP.
Pero el principal motivo de discordia entre Arafat y Mazen era el nombramiento del coronel Mohamed Dahlan, –ex jefe de seguridad preventiva en Gaza y líder de la primera intifada– como ministro de Seguridad Interior, que Arafat rechazaba de plano. Aunque finalmente será el propio Mazen quien asuma la cartera, la responsabilidad clave del ministerio correrá a cargo de Dahlan, que se encargará de los organismos de seguridad de la ANP. De este modo, Arafat pierde su principal fuente de poder e influencia: los 40.000 policías armados de que dispone el embrión de estado palestino y que, a las órdenes de Arafat, han tolerado y facilitado las actividades terroristas de Al Fatah, los “mártires de Al Aqsa” (organizaciones ligadas a Arafat), de la Yihad Islámica y de Hamas, algunos de cuyos líderes el rais puso en libertad cuando declaró la última intifada en septiembre de 2000.
Tanto Mazen como Dahlan, curtidos en más de dos décadas de intifadas y actividades terroristas de la OLP, ya tenían en 2000 una experiencia muy directa de la inutilidad de prolongar ad eternum un conflicto con Israel en el que las esperanzas de obtener algo más de lo que estaba dispuesto a ofrecer Barak con el beneplácito de Washington eran completamente nulas. Por tal motivo, eran partidarios de aceptar sin titubeos lo que Barak les ofrecía en el verano de 2000 y que Arafat rechazó en Camp David pretextando que la firma de la paz con Israel traería como consecuencia la guerra civil entre la OLP y Hamas y la Yihad Islámica, cuyos líderes son enemigos de cualquier pacto con el estado judío. Ya entonces Mazen y Dahlan le ofrecieron a Arafat “liquidar” el problema de los terroristas irredentos en sólo unos días para poder decir sí al acuerdo, aunque Arafat no aceptó y prefirió declarar la intifada de Al Aqsa a pesar de la oposición del sector liderado por Mazen, el número dos de la OLP. Mazen y Dahlan ya han anunciado que combatirán, como era su intención en 2000, toda actividad terrorista; ya provenga de Hamas y la Yihad Islámica, aun a pesar de las renovadas amenazas de estos grupos de atacar a la ANP en el caso de que se los persiga, o de las milicias afectas a Arafat (Al Fatah y los “mártires de Al Aqsa”), que el nuevo gobierno pretende disolver y desarmar para disgusto del rais.
El desastre en que ha acabado la intifada de Al Aqsa –la reocupación de los territorios cedidos por Israel tras los Acuerdos de Oslo– y la rápida victoria de la Coalición en Irak han convencido a los líderes de la OLP de que la vía terrorista lleva a los palestinos a un mísero y sangriento callejón sin salida. A ello se une el convencimiento de la comunidad internacional, representada por el Cuarteto, de que Arafat ya no es la clave de la paz, sino su mayor obstáculo. Sharon, habida cuenta de la probada mala fe de Arafat, sólo está dispuesto a negociar con Mazen y ha anunciado que, en tal caso, estaría dispuesto a considerar de nuevo las ofertas de Barak.
La pérdida de poder de Arafat en el seno de la OLP y su conversión en mero símbolo abre un margen para la esperanza de encontrar una vía para la resolución, más o menos definitiva, del conflicto israelo-palestino. Sobre todo si se tiene en cuenta que tanto Mazen (que ha sido el brazo derecho de Arafat) como Dahlan, que provienen de la línea más dura de la OLP, parecen dispuestos a aprovechar la nueva oportunidad que el Cuarteto –EEUU hará pública en los próximos días la “hoja de ruta” de los pasos para la resolución del conflicto– e Israel ofrecen a los palestinos tras la derrota –esta vez definitiva– de Sadam, el viejo “compadre” de Arafat.

La esperanza de una paz sin Arafat

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