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Malos tiempos para el nacionalismo vasco

Cuando José María Aznar se puso en contacto con George W. Bush inmediatamente después de la tragedia del 11-S, ofreciéndole la condolencia, el apoyo, la solidaridad y, por desgracia, la experiencia de España en materia de terrorismo, dio comienzo una intensa colaboración antiterrorista que hoy, gracias al firme apoyo del Gobierno a EEUU en la guerra contra Sadam, empieza a dar sus mejores frutos. La inclusión de Batasuna-EH-Herri Batasuna –es muy posible que también le llegue el turno a AuB– en la lista de organizaciones terroristas del Departamento de Estado de EEUU como “alias de ETA”, la cual ya estaba incluida desde el 31 de octubre de 2001, viene a poner fin definitivamente al terrible aislamiento e incomprensión que ha sufrido la España democrática en su lucha contra el entramado de ETA.

El reconocimiento de EEUU a las conclusiones de nuestro Tribunal Supremo respecto de ETA y sus tapaderas impide a los ciudadanos estadounidenses –incluidos los vascos de la “diáspora” en Idaho– proporcionar ayuda material a ETA-Batasuna, prohíbe la entrada en el país a sus miembros y representantes e implica la congelación de sus activos financieros en entidades norteamericanas. Es posible que esto no tenga un efecto material inmediato en la lucha contra la banda terrorista, aunque no hay que desdeñar el efecto combinado que para el entramado etarra tendrá la asfixia financiera proveniente de EEUU y de Europa, cuando las autoridades europeas aprueben la inclusión de HB-EH-Batasuna en la lista europea de organizaciones terroristas. Pero de lo que no cabe duda es de que, a partir de ahora, el nacionalismo vasco “radical” y quienes lo defiendan, apoyen o justifiquen, quedarán completamente desprestigiados a los ojos de los países civilizados y de la opinión pública internacional, que en demasiadas ocasiones –no hay más que recordar los casos de Francia y Bélgica, incluso el de Amnistía Internacional– han dado crédito a las infamias de los etarras y a sus denuncias de falsas torturas; o, simplemente, se han encogido de hombros.

Ese cambio de actitud –fruto del ascenso de España a la “primera división internacional”– respecto del nacionalismo vasco ya comienza a producirse en el panorama intelectual, que siempre ha sido excesivamente condescendiente, cuando no indiferente, respecto de los crímenes de ETA y el apartheid que los nacionalistas “moderados” han practicado con los no nacionalistas. El manifiesto “Aunque”, que denuncia la impunidad moral de los crímenes de ETA promovida por los nacionalistas vascos, ha sido firmado hasta ahora por trece escritores e intelectuales, en su mayoría provenientes de la izquierda, que gozan de reconocido prestigio e influencia en la opinión pública. Fernando Arrabal, Alfredo Bryce Echenique, Carlos Fuentes, Nadine Gordimer, Juan Goytisolo, Bernard-Henri Lévy, Paul Preston, Mario Vargas Llosa, Günter Grass y otros cuatro más denuncian hoy lo que hasta hace bien poco ni siquiera los españoles nos atrevíamos a denunciar: que “los ciudadanos libres del País Vasco están condenados a muerte por los mercenarios de ETA y condenados a la humillación por sus cómplices nacionalistas” y que “los ciudadanos libres del País Vasco deben esconderse, disimular sus costumbres, omitir la dirección de su domicilio, pedir la protección de escoltas y temer constantemente por su vida y la de sus familiares”. Y por ello, exhortan a los ciudadanos europeos a declarar el “estado de indignación general” el próximo 25 de mayo como homenaje a las víctimas del terrorismo y a los que defienden la libertad “con el coraje que en un día no muy lejano conmoverá a Europa”.

Ni qué decir tiene que tanto para los nacionalistas “radicales” como para los “moderados”, la salud de España les pone enfermos. Para ellos, es una pésima noticia estar en el punto de mira de la primera potencia mundial y, además, tener en contra al Papa, a los intelectuales y a los creadores de opinión. Una vez destapadas las pantallas de ETA y descubierto el cómplice e hipócrita juego de los nacionalistas “moderados”, la entelequia de Euskalherria o el proyecto de Euskorrico no podrán gozar nunca de la aprobación de las naciones civilizadas. Quizá por eso, curándose en salud, Ibarretxe ha dedicado su “política exterior” de los últimos tiempos a buscar alianzas en los basureros políticos internacionales, empleando para ello el dinero de los contribuyentes. Triste esperanza la de los nacionalistas vascos, cuyo proyecto secesionista sólo están dispuestos a apoyarlo y reconocerlo tipos de la calaña de Castro... a cambio de generosas sumas, por supuesto.


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