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Lucrecio

Didáctica electoral

La teoría es que concejales y diputados (generales como autonómicos) representan a los ciudadanos; o representan los intereses de los ciudadanos. Pero, en este país desde luego, pero no sólo en éste, cuando uno dice eso se expone a que se carcajeen de él hasta los niños de teta. Los concejales, como los diputados (generales igual que autonómicos), se representan a sí mismos, si es que a tanto llegan; o representan a sus intereses muy precisos, que es lo más tangible y lo más común. A veces, esos intereses coinciden con los de sus partidos, los cuales son, a su vez, estupendas agencias de colocación y reparto.

Eso vale para los sinvergüenzas que se largan al campo de enfrente con su voto, por supuesto. Vale, de una u otra manera, para todos: fieles como infieles. Porque fieles como infieles buscan, con la mayor firmeza, un objetivo sólo, en nada demasiado distinto del que busca el común de los mortales: consolidar su puesto de trabajo y, llegada la ocasión, prosperar materialmente lo más rápido posible. Si para lograr eso hay que besar la suela del zapato del jefe político de turno, pues estupendo: ancha y elástica es la lengua del profesional de la política. Si el modo de arramblar con todo es dar jaque al propio rey en dos jugadas, miel sobre hojuelas: al placer de la prebenda conseguida se suma el nada menor del resentimiento vengado. Pocos de entre los polvorientos casposillos que viven del erario público logran acceder a ese supremo deleite de dioses menores que es apuñalar por la espalda al jefe.

Los de la federación sociata madrileña llevan años a navajazos en la tripa. Tantos cuantos han pasado sin tener demasiado botín que repartirse. Desde el desastre de Barranco y los sucesivos bochornos del inenarrable Leguina, poco ha habido que trincar, salvo apañillos menores en ayuntamientos de tercera regional. Tras tantos años de hambre atrasada, los colmillos se habían ido afilando en la pedregosa travesía del desierto. Destellan.

Y, de pronto, hete aquí que, cuando ya tocaban carne aún calentita, otro perro pulgoso, con más hambre que vergüenza y menos votos todavía que conceptos, vino a reclamar el 50% del festín. Más la consejería de Educación. Eso o nada. Y el amo pareció dispuesto a darlos.

Fue demasiado para los sacrificados diputados socialistas. Dos de ellos dieron este martes el viejo campanazo de los sinvergüenzas de toda la vida. ¿A quién sorprende eso? Antes muertos que ver nuestro bocata en los dientes de esos inútiles pelagatos de Izquierda Unida. O, si no muertos, que eso debe doler mucho, abstinentes de voto. Angelitos.

Ha sido hilarante. Y muy didáctico. Nunca acabarán de enseñar deleitándonos, estos chicos. Esperemos la lección siguiente. A lo mejor aún hay alguien que siga votando en las próximas elecciones.

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