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Lula, ¡Príncipe de Asturias!

En los primeros años de su existencia, los premios Príncipe de Asturias cumplieron eficazmente la noble misión de reconocer los méritos de personas e instituciones que, desconocidas por el gran público, dedicaron sus esfuerzos al arte, a la ciencia, a la política, a las letras o al deporte; especialmente en España e Iberoamérica. Tal debería ser, ciertamente, la misión de unos galardones que pretendan fomentar de verdad la creatividad, el esfuerzo y la excelencia: sacar del anonimato a quienes merezcan ser conocidos y admirados por todos.

Sin embargo, la trayectoria de los Príncipe de Asturias en los últimos años parece revelar una curiosa inversión de papeles: diríase que la mayoría de los premiados han sido escogidos, no para recibir el prestigio del galardón y así salir del anonimato, sino en función de su previa y acreditada celebridad para conferir prestigio internacional al propio premio. Los casos de Woody Allen, Susan Sontag, Jane Godall, Arthur Miller o la selección de fútbol brasileña, por poner sólo algunos ejemplos recientes, serían una muestra de esta política, que ha discriminado notablemente en los últimos años a los candidatos españoles e iberoamericanos.

Apostar sobre seguro y premiar a candidatos cuyo mérito y prestigio internacional ya esté suficientemente acreditado –sobre todo en ambientes políticamente correctos– quizá no sea la política que mejor concuerde con los objetivos de la fundación Príncipe de Asturias. Aunque no hay inconveniente en que los “premios Nóbel” españoles sigan la pauta marcada previamente por otras instituciones similares en el mundo... siempre y cuando los galardonados sean ejemplos dignos de imitar.

Sin embargo, la experiencia con Arafat y Rigoberta Menchú –premios Nóbel que también recibieron el Príncipe de Asturias– indica que apostar a “caballo ganador” no siempre es una garantía de éxito. Tal puede ser el caso de “Lula” da Silva, actual presidente de Brasil. El jurado del Premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional decidió el miércoles adjudicarle edición de este año, entre otros dieciocho candidatos. El galardón se concede en reconocimiento a “una trayectoria política y personal en defensa de los trabajadores y de la lucha contra la pobreza, la desigualdad y la corrupción que tanto han hecho sufrir a los desheredados de su país y del mundo entero”. Asimismo, a ojos del jurado, Lula da Silva es también “el titular de una admirable pasado de lucha por la justicia”, impulsor de actitudes políticas “llenas de buen sentido” y “símbolo de una gran esperanza”.

La “trayectoria política y personal” de “Lula”, hasta su investidura como presidente de Brasil, ha sido la militancia en la extrema izquierda brasileña e internacional. El galardonado fundó el Partido de los Trabajadores de Brasil –comunista– y el Foro de Sao Paulo. Un remedo éste de la antigua Tricontinental castrista donde se congregan los partidos de extrema izquierda iberoamericanos, grupos terroristas como las FARC, la ETA el IRA y el FPLP palestino, o estados que apoyan el terrorismo como el Irak de Sadam, Libia o Cuba, para conspirar y desestabilizar a EEUU y el mundo libre. “Lula” siempre se ha declarado admirador de Fidel Castro y, al menos hasta que llegó al poder, aspiraba a establecer una coalición procastrista con la Venezuela de Chávez –a quien envió petróleo cuando pasaba apuros en la huelga cívica– y con Lucio Gutiérrez en Ecuador. De hecho, sus primeros actos oficiales fueron recibir a Castro y a Chávez . Hace un año, su partido estableció formalmente un comité de solidaridad con las FARC; en 2001, el ala radical de su partido expresó su plena solidaridad con Arafat y la OLP; y en 1999 el Partido de los Trabajadores de Brasil estableció una alianza estratégica con el Partido Comunista chino. A lo que se añade el oculto deseo de “Lula” de poseer armas nucleares.

En cuanto a su “admirable pasado de lucha por la justicia”, sólo cabe decir que su concepto de “lucha” y de “justicia” es el de todos los comunistas: la usurpación de la propiedad mediante la coacción y la violencia, a ser posible desde el poder del Estado. El lavado de imagen al que se sometió “Lula” para acceder a la presidencia de Brasil, así como su promesa de respetar las instituciones económicas y las inversiones extranjeras –requisito previo para obtener préstamos del FMI con qué pagar la gigantesca deuda externa heredada de gobiernos corruptos que de “neoliberales” sólo tenían el nombre– parece haber embotado las inteligencias de la mayoría de los estadistas, los políticos y los inversores. Y quizá sea la causa por la que el jurado del Príncipe de Asturias considera que las actitudes políticas de “Lula” están “llenas de buen sentido” y que el presidente brasileño constituye el “símbolo una “esperanza”.

Es fácil prometer, como ha hecho “Lula”, una “guerra contra el hambre”, la divisa de su campaña y de su acción de gobierno. Y también es fácil apelar a la mala conciencia de los jefes de gobierno del mundo desarrollado para convencerlos de que las municiones con las que ha de librarse esa “guerra” son billetes de banco que han de salir del contribuyente brasileño y, sobre todo, de los contribuyentes del resto del mundo. Los comunistas nunca se preocuparon de saber cómo se crea la riqueza –en el seno de un mercado libre complementado por un verdadero Estado de Derecho– y cuáles son las causas de la pobreza –precisamente la ausencia de esos dos ingredientes. Prefieren acudir donde ya se encuentra la riqueza para apropiársela y repartirla según su criterio. Si los representantes de quienes la producen se la dan de buen grado contra la voluntad de sus representados, tanto mejor. Y si, además, se les otorgan galardones por ello, podrán presentarse como héroes de la justicia y del humanitarismo.

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