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Afirma Lula que la mejor manera de luchar contra el terrorismo es erradicar la pobreza, y estallan en aplausos los salones. Parece que aún no se ha agotado la cantinela que venimos oyendo desde el 11-S. El argumento es perverso: toma el principal motivo de preocupación de cualquier sociedad sensata y, por arte de birlibirloque, lo hace desaparecer, desviando nuestra atención hacia otro problema diferente del cual el primero sería tributario. Inútil argüir que Ben Laden, Arafat o el depuesto Sadam son multimillonarios, o que a ETA nunca la ha movido la lucha de clases. Inútil razonar cuando simplemente se repite y se aplaude el lugar común, la frasecita esperada, la que avala como progresista al que la pronuncia.

Mientras ofrecía en directo las escalofriantes imágenes de la gente saltando por las ventanas de las Torres Gemelas, la primera de TVE ya contaba con un grupito de especialistas a la violeta que abundaban en esa estafa moral e intelectual, a la vez que insistían en que lo más preocupante de todo lo que estaba ocurriendo era el modo en que iba a reaccionar George Bush. Recuerdo con arcadas las insidias del catedrático Roberto Mesa. Es deprimente pensar que ese hombre ha cribado durante tantos años a los candidatos a ingresar en la carrera diplomática.

En este extraño país en que los Mesa sientan cátedra, los Villarejo investigan la corrupción, los Leguina publican novelas, los Moreno gobiernan el prime time de la televisión pública y los Cebrián ocupan académicos sillones, todo es posible. Desde esa lógica del disparate, no es extraño que un hombre como Lula seduzca a empresarios, periodistas y políticos de todos los colores. ¿Qué les habrá gustado más del ex sindicalista?, ¿el encanto con que prepara los sablazos?, ¿la soltura con que lleva su pasado totalitario?, ¿su castrismo y su apoyo a la “experiencia democrática” venezolana, que lo empareja con nuestros simpáticos titiriteros? Quizá les recuerde a Corcuera, a la gracia de los parvenus que pisan moqueta. Del rey abajo, España se ha rendido ante Lula, contribuyendo un poco más, tras el Premio Príncipe de Asturias, a su canonización y, por ende, al reconocimiento de la superioridad moral de los enemigos de la libertad.

Pues nada, que se dispongan nuestros banqueros a enterrar su dinero en la aventura brasileña y que nuestros representantes se flagelen un poco más con lecciones ajenas. La evidente admiración del pragmático Aznar hacia Lula, un hombre que aún no ha demostrado nada, es incomprensible, pero no menos que su iniciativa de poner en marcha una alianza estratégica “a la argentina”. ¿Le regalaremos también mil millones de dólares? No sé, pero de algún modo habrá que premiar a quien viene a negar nuestros principios. Si no, no seríamos quienes somos.

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