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Larga precampaña, magros debates

PP y PSOE abrieron el domingo el semestre político más cuajado de convocatorias electorales que se recuerda: Comunidad de Madrid, Cataluña, Andalucía, Parlamento Europeo y Generales. Y, en buena lógica, el debate político tendría también que estar repleto de las propuestas que ambos partidos manejan para gobernar España, para representarnos en Europa y para gestionar tres comunidades autónomas que suman casi la mitad de la renta y la población de España.

Sin embargo, todo lo que puede oírse hasta el momento no es más que una nueva edición de lo ya ventilado en las municipales y autonómicas del 25 de mayo, corregida y aumentada con el escándalo de la Asamblea de Madrid y con las ocurrencias de Maragall. La obligación de un partido en la oposición, como el PSOE, es formular propuestas atractivas para solucionar los problemas reales de los ciudadanos, que siguen siendo, aun a pesar de la excelente gestión del PP, el terrorismo, la inseguridad, la carestía de la vivienda y –cada vez menos, afortunadamente– el paro. Aunque en las circunstancias actuales, quizá lo más urgente es definir una postura clara en torno a la cuestión nacional, que con el desafío de Ibarretxe se ha convertido en el principal problema político que deben abordar los dos grandes partidos de la democracia española.

Cuando un gobierno ha realizado en general una buena gestión cuyos resultados pueden apreciar todos los ciudadanos a simple vista, la oposición sólo tiene dos alternativas: garantizar que, en líneas generales, no se pondrán en peligro los resultados de esa gestión e intentar proponer mejores soluciones para los problemas que aún quedan por resolver; o bien intentar descubrir algún escándalo que mine la credibilidad del adversario. El mediocre equipo de Zapatero, incapaz de mejorar la oferta del PP, ha optado por la segunda alternativa, legítima, comprensible y, hasta cierto punto, razonable. A condición, naturalmente, de que esos escándalos hayan tenido su origen en la incompetencia o la corrupción; porque cuando, a falta de un escándalo real, se fabrican por encargo escándalos imaginarios, como el de la Asamblea de Madrid, éstos acaban convirtiéndose en un bumerán que, poco después, aterriza en la cabeza de quienes lo lanzaron. Negar o poner en cuestión las mejoras que todo el mundo puede ver, o emprender la senda del radicalismo desentendiéndose de los problemas reales de los ciudadanos, es la vía más segura hacia la pérdida de credibilidad

Por mucho que Zapatero se obstine en repetirlo, las prioridades de los españoles no son la guerra de Irak, el Prestige ni atajar un imaginario deterioro de la democracia. Tampoco la urgente revisión del modelo autonómico que consagra la Constitución para complacer y halagar la desmedida ambición de Maragall o para buscar una absurda equidistancia con el PP en el País Vasco precisamente cuando Ibarretxe intenta un golpe de Estado institucional contra la legalidad vigente. Dejar en exclusiva para el PP la causa de la unidad nacional, de la estabilidad institucional y del rigor en la política económica, aparte de constituir una imperdonable deslealtad, es un tremendo error estratégico: para ganar la confianza de la mayoría de los ciudadanos, al PP casi le basta con garantizar la continuación de las mismas políticas y la defensa del actual marco legal frente a los experimentos de Maragall, que Zapatero ha hecho también suyos.

Lo que pueda ganar el PSOE en Cataluña –que, en realidad, sólo lo ganaría, Maragall para él y los suyos– escorándose hacia el nacionalismo, lo perderá con creces en el resto de España. Y lo que estuvo a punto de ganar en Madrid asociándose con Izquierda Unida, lo perderá en Madrid y también en el resto de España, pues los ciudadanos han podido comprobar que el único programa del PSOE, como dijo Esperanza Aguirre el domingo, es el del reparto del poder con Izquierda Unida. El “guerracivilismo” de Rodríguez Ibarra –“apretar el gatillo contra el fascismo”–, la insistencia en el Prestige y en la guerra de Irak –cuestiones liquidadas en las pasadas elecciones municipales– y las contumaces mentiras de José Blanco y de Simancas –ni hay “trama inmobiliaria”, como no sea la de la FSM, ni tampoco el PSOE ganó las elecciones en Madrid– son, junto con la indefinición en la cuestión nacional y en materia de política económica, las peores tarjetas de visita que el PSOE puede presentar para las próximas convocatorias electorales. Con estos magros “debates” que plantea el PSOE, los candidatos el PP apenas tendrán que despeinarse en la batalla electoral.


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