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EDITORIAL

Una Madre Patria para el exilio cubano

Si en toda Hispanoamérica se mira hacia España como referente político y cultural, los cubanos son, probablemente, quienes más anhelan que su país llegue algún día a igualarse a la Madre Patria en libertad y prosperidad. Por ello, quienes no se resignan a padecer el “pensamiento único”, la miseria, las innumerables cárceles y los pelotones de fusilamiento de Castro; y quienes ya no pueden esperar a que los imperativos biológicos cumplan en el comandante la inexorable sentencia reservada a todo mortal, suspiran por que España los acoja en su seno para comenzar una nueva vida como ciudadanos libres, para ganarse la vida honradamente sin tener que cantar todos los días las “glorias” y “hazañas” de los jerifaltes que los tiranizan.
 
Previendo los males de la moderna burocracia, Nietzsche escribió hace más de cien años que el Estado es “el monstruo más frío de los monstruos fríos”, refiriéndose a la consustancial falta de sensibilidad de un aparato administrativo que aplica leyes y reglamentos sistemáticamente, sin tener en cuenta si las circunstancias personales del individuo concreto a quienes se le aplican encajan en el esquema de una legislación que, obviamente, no puede abarcar todos los casos posibles. Esto es, precisamente, lo que ha venido sucediendo en los últimos tiempos con los exiliados cubanos que logran escapar del “modelo referencial” castrista que Madrazo e Ibarretxe quieren para el País Vasco, para luego ser retenidos en el Aeropuerto de Barajas y después reexpedidos a la Isla e ingresar inmediatamente en una de las doscientas cárceles de Castro.
 
No tendría que ser necesario señalar que los exiliados cubanos no son unos inmigrantes cualquiera. Con todo el respeto que merecen el resto de los iberoamericanos, los magrebíes o los subsaharianos, lo cierto es que los lazos culturales y afectivos con Cuba son mucho más intensos que en cualquier otro caso. En primer lugar, porque hace poco más de cien años, Cuba era un pedazo de España en el Caribe. En segundo lugar, porque los españoles afincados en Cuba fueron de los primeros en padecer las consecuencias de la robolución castrista. Y en tercer lugar, porque aún quedan muchos descendientes de españoles bajo el cautiverio de Castro, la última reliquia del estalinismo en el hemisferio occidental.
 
Son motivos más que suficientes para que España, en lugar de comportarse como una madrastra, empiece a ejercer de Madre Patria con los cubanos que llegan a nuestro país huyendo de la tiranía y con la esperanza de rehacer sus vidas. Al parecer, la denuncia de Libertad Digital sobre la situación de un ex alto cargo del régimen castrista –que renunció a seguir siendo un engranaje de la tiranía que oprime a sus compatriotas y al que, en cumplimiento de la legislación vigente, la Administración española pretendía hacer volver a Cuba para renovar su visado– ha sido el necesario aldabonazo que, de cuando en cuando, hay que aplicar a las burocracias para que tomen conciencia de que, si bien es cierto que la Ley debe ser igual para todos, también es verdadero el antiguo aforismo latino: summa iuria, summa iniuria; esto es, el excesivo rigor en la aplicación de la ley produce graves injusticias.
 
Gonzalo Robles, el nuevo delegado del Gobierno para la Extranjería, que tomó posesión de su cargo el lunes, tendrá ocasión de revisar la Ley de Extranjería –que, por cierto, ya prevé un supuesto (Art. 49.2.b) al que podrían haberse acogido los exiliados cubanos de haber existido algo más de sensibilidad por parte de las autoridades de inmigración– y adaptar su aplicación a estos casos. Los cubanos bien lo merecen.

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