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Israel y el muro de su supervivencia

La Asamblea General de la ONU ha instado al Tribunal Internacional de la Haya que estudie la legalidad del muro de separación que Israel construye en Cisjordania como medio de evitar la infiltración de terroristas. Esta resolución que tiene por objetivo denigrar lo que no es otra cosa que un sistema esencial y exclusivamente defensivo, una medida “temporal” que las autoridades israelíes se han comprometido a hacer desaparecer cuando cese la amenaza, ha sido adoptada con 90 votos a favor, 8 votos en contra, entre ellos los de Israel y Estados Unidos, y 74 abstenciones, incluidas las de España y el resto de países de la Unión Europea.
 
Que un país como el nuestro, que ha enviado tropas a Irak para combatir el terrorismo y pacificar y estabilizar la transición política en aquel país, se abstenga en una votación que persigue bloquear las labores de autodefensa del país más desangrado del mundo por culpa del terrorismo islámico, es una de esas abyectas paradojas que muestran la dispensa moral, intelectual y política que los europeos seguimos brindando sistemáticamente al terrorismo palestino que ha sido —conviene recordar— el más generosamente financiado por el derrocado régimen de Sadam Hussein.
 
Israel es una isla de “infieles” rodeada de un mar de integrismo musulmán que busca, simple y llanamente, su exterminio. Para evitar esa voluntad genocida, Israel ha tenido que soportar reiteradas guerras y el permanente acoso del terrorismo que, parapetado en la Autoridad Nacional Palestina, ha sido financiado y entrenado por la práctica totalidad de los países vecinos musulmanes, especialmente Siria, Irak o Arabia Saudí. Eso por no hablar de la ayuda humanitaria de los europeos que Yasser Arafat ha desviado hacia organizaciones terroristas...
 
Los hechos no sólo otorgan a Israel el derecho, sino el deber de erigir una barrera de protección como la que está llevando a cabo. Desde que comenzó el terror de la segunda “intifada” en septiembre de 2000 —ordenada en secreto por Yasser Arafat mientras jugaba a negociar la paz con Israel— todos los terroristas que han cometido atentados en Israel procedían de Cisjordania, mientras que ninguno era de Gaza, donde hay una valla de seguridad con sensores electrónicos. En este breve espacio de tiempo, más de un centenar de suicidas y otros terroristas palestinos han asesinado casi a medio millar de judíos —la mitad de los asesinados por ETA en toda su historia— y han herido a más de tres mil. Renunciar a ejercer un control exhaustivo a la entrada de territorio israelí es simplemente suicida. Ejercerlo, para el acosado Estado de Israel, un deber de supervivencia.
 
Como oportunamente ha considerado el jefe de la diplomacia israelí, “toda potencia ocupante tiene derecho a construir fortificaciones y vallas en el territorio ocupado cuando existen necesidades militares para ello”. Esas necesidades “militares” buscan exclusivamente la seguridad del territorio israelí y no supone en absoluto el aislamiento de la población palestina residente en las cercanías. No hay que olvidar que son decenas de miles los palestinos que cruzan —y seguirán haciéndolo— las fronteras para entrar en Israel donde tienen su trabajo.
 
Sin duda, el flujo de movimientos de la población se resiente por este tamiz que pretende evitar que, junto a pacíficos trabajadores, se cuelen terroristas suicidas. Pero en primer lugar, hay que señalar que es Israel el primer interesado en que hubiera un pacífico y libre movimiento de personas y mercancías que se ve obstaculizado —no por primera vez— por culpa de la existencia del terrorismo. Esta cerca de seguridad, por otra parte, no es muy diferente a los rigurosos controles, cercos y verjas que erigen muchos países europeos por asuntos menos vitales que el terrorismo, como es la inmigración. Por ello hay que denunciar la hipocresía y la desfachatez de la mayoría de los gobiernos y medios de comunicación europeos que llegan a equiparar este muro de seguridad nada menos que con el vergonzoso muro de Berlín.
 
No puede ser más opuesta esta equiparación. Mientras el Muro de Berlín fue construido por el régimen comunista alemán para evitar la fuga de su propia población, el muro de Cisjordania trata de evitar la entrada en Israel de quienes cometen atentados en su territorio. Equiparar ambos "muros" es un infundio tan impresentable como equiparar las rejas y vallas que los pacíficos ciudadanos se ponen en sus casas con los barrotes de una cárcel.
 
El colmo de la desfachatez es que esta resolución que, contra Israel, ha salido adelante en la ONU —donde, para su descrédito, conviene recordar que se da voz y voto por igual a los países democráticos que a las dictaduras—, ha sido respaldada por regímenes que han hecho de sus países verdaderas prisiones para sus ciudadanos, como es el caso de Cuba. También han apoyado esta resolución regímenes tan liberticidas como los representantes de la Conferencia Islámica.
 
No hay que extrañarse, pues, que estos regímenes —muchos de ellos financiadores del terrorismo del que Israel se pretende defender— hayan respaldado la resolución de marras. Más vergonzoso es que los países de la Unión Europea se hayan “abstenido” cubriéndose con los deleznables ropajes de la equidistancia...

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