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Hubo un tiempo en España en que el único mensaje de Navidad o de Fin de Año que tenía alguna importancia era el del Jefe del Estado. Hace muchos años lo pronunciaba Franco. Entonces éramos muy jóvenes, pero no tanto como para no darnos cuenta de que nadie le prestaba mucha atención. Tampoco Franco. Evidentemente, había cosas más importantes que hacer o que escuchar
 
Luego vinieron los mensajes de don Juan Carlos. Con ellos aumentó la atención y el respeto. A los dos días venían las interpretaciones y las disquisiciones sobre las verdaderas intenciones o el sesgo de lo que el Rey había dicho, pero en conjunto todo el mundo suele estar satisfecho con las palabras de Su Majestad y con ese tono personal y un poco paternal que sólo el Monarca puede adoptar.
 
La novedad este año es que nos hemos enterado de que todos los Presidentes Autonómicos, como si fueran jefes de Estado enanitos, sueltan su micro mensaje. Más o menos, han dicho lo que sabíamos que iban a decir. El nazi Ibarreche amenazó con que sólo habrá convivencia desde el respeto mutuo, lo que es un chantaje pero también un anzuelo, a ver si pican los socialistas. Maragall, muy en su papel de reina madre delirante, prometió un nuevo horizonte nacional de perfiles tan nebulosos y siniestros –¿de verdad no se dará cuenta?– como los de la "patria completa" que se permitió evocar.
 
Pero esto de los mensajitos navideños no es algo irrelevante. Como lo que dice la multitud de mini Presidentes a los que pagamos el sueldo nos afecta a todos los españoles, no está mal que nos enteremos qué nos tienen que decir el pequeño Honorable y el aún más minúsculo lendakari. Por la misma razón, por primera vez he escuchado un mensaje navideño de un Presidente de la Comunidad de Madrid.
 
Esperanza Aguirre, afortunadamente, no va de salvapatrias. Salió flanqueada de una foto de la Familia Real y otra del Presidente del Gobierno español, lo que delimitaba perfectamente el alcance de su discurso. Habló de una sociedad abierta y cosmopolita, de libertad, de prosperidad, de generosidad y de solidaridad y de apoyo hacia quienes sufren y lo están pasando mal. Es raro oír hablar con tanta franqueza y con tanta humanidad. Fue un buen discurso. Tener la valentía de asumir con claridad el perfil propio, el que le corresponde a cada uno, tiene sus ventajas. Entre ellas, la de llegar limpiamente al corazón de todos los españoles de buena fe.

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