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Para mí la única incógnita real de esta campaña de nueve semanas que desembocará en las elecciones generales de marzo es si el candidato del PP, Mariano Rajoy, va a hacer campaña electoral. No digo dar mítines de dos horas para salir dos minutos en los telediarios, que esos ya supongo que ha empezado a darlos. Tampoco reuniones, declaraciones, convites, romerías, conferencias y actos públicos de su partido, que ya imagino que ha de celebrarlos y hasta multiplicarlos en los cuarenta días venideros. Lo que dudo yo, porque creo que también duda él, es si le conviene hacer campaña de verdad, poniendo al PSOE a caer de un burro y a Zapatero como garantía de ruina y desastre nacionales. Eso y, naturalmente, ponerse así mismo como alternativa al caos.
 
Aparentemente, eso es lo que pide la realidad objetiva, los graves problemas de España y la propia dinámica de las encuestas, favorable al PP en la medida en que se compara con el PSOE, pero con el peligro de dejarse llevar por la cómoda corriente de lo menos comprometido, que ya le ha valido a la derecha, más de una vez, pésimos resultados. No hay sino recordar el 93 e incluso el 96, cuando el arriolismo hacía estragos en el aznarismo. Lo que no perdía el PSOE parecía incapaz de ganarlo en campaña el PP. De hecho, lo perdía cuando lo daba por ganado.

Pero... hay un pero. Si Rajoy ha sido jefe de campaña electoral de Aznar —conviene recordarlo— es porque sin duda comparten un mismo estilo político ante las urnas, un talante conservador, por no decir amarrón, que les lleva a quedarse quietos si no se ven obligados a correr... y aunque se vean. Por mucho que se proclamase liberal, a la hora de las elecciones siempre aparecía un Aznar inmovilista, parado, repetitivo y soso hasta la extenuación, incapaz de arriesgar nada, por poco que fuera, y dispuesto siempre a escuchar a quienes le predicaban la ley del mínimo esfuerzo. Probablemente, la única y muy relativa excepción fue la campaña del 2000, y porque era la última. Nunca sabremos lo que de Aznar y de Rajoy hubo en ella ni lo que se debió a la alianza PSOE-PCE, que ahora se enriquece, es un decir, con todos los nacionalistas, separatistas y funambulistas de todos los extremos ideológicos. Lo normal sería una campaña del PP como la de Suárez en el 79: anunciando que viene el coco, porque además el coco está ahí. Pero a Rajoy le apetece poco el papel de hombre providencial o, por lo menos, imprescindible para salvar a España. Sin embargo, es lo que le va a tocar hacer o dejar de hacer. Pero el talante... ¡Ah, el talante! Si por Rajoy fuera, las elecciones se celebrarían el 12, pero de enero, no de marzo. De ahí que uno dude mucho, pero mucho, mucho, de que el candidato del PP haga campaña electoral.

 

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