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Amando de Miguel

Divagaciones sobre el género, el número y otras ambigüedades

Son muchos los lectores que me comentan la irritante muletilla de “los vascos y las vascas, los ciudadanos y las ciudadanas”, etc. Armando M. de Castro da en la clave al advertir el machismo latente que significa poner siempre la forma masculina en primer lugar.
 
Javier Ferrer, de Mallorca, me escribe desesperado porque le da no sé qué seguir diciendo “la juez” o “la cliente”. Le parece que “jueza” o “clienta” suenan mal. Yo creo que lo mejor es poder decir una u otra forma según parezca. ¿No decimos “el mar” o “la mar” según sea la situación? El mar puede estar sereno, pero también puede haber mar arbolada. La feminización de las posiciones sociales empieza por reconocer los títulos a “la mujer de”. Así decimos “la regenta” (la mujer del regente). Pero la segunda fase es el pleno reconocimiento del femenino. El ejemplo excelso es la Virgen María “abogada nuestra”, según el catecismo. Ahí entraría la jueza, la presidenta, etc. como títulos propios. La tercera fase podría ser la aceptación del femenino genérico. Por ejemplo, “enfermeras” podría comprender tanto a las mujeres como a los varones. La cosa puede producir cierta ambigüedad, pero el idioma es un ser vivo. Así que no sufra, don Javier.
 
Hablando de ambigüedad, Juan H. Koers se confunde con mi comentario de que “álgido” pueda significar el punto más frío y también el más caliente. Pues es así. Tendría que ser solo el “más frío” por la razón etimológica, pero esa no es la única razón que cuenta. El uso tiene una fuerza irresistible. El amigo Koers me tutea y hace bien. El “usteo” que yo manejo desde los medios es un capricho retórico. Es más, puede ser una forma especialmente cariñosa, como el “voseo” argentino. Vamos, que lo de “don Amando” me suena a una estupenda ironía. Más ambigüedades.
 
Roberto Lozano se queja de que oye mucho lo de “la gafa, la tijera, el pantalón”, etc., cuando estaría mejor la forma plural. Otra vez defiendo la ambigüedad; espero que no se me interprete mal. Al singularizar esos plurales correctos, se transmite un no sé qué de familiaridad. No es lo mismo “la braga” que “las bragas”. Me llevaría una página establecer las sutiles diferencias entre ambas formas. Ahora se dice mucho “las condolencias” porque parece poco “la condolencia”. Un óptico puede referirse a “la gafa”, porque parece que le da un punto de ternura a ese objeto familiar. Por lo mismo, yo me voy a comprar unos zapatos, pero la dependienta me saca “un zapato elegante”. En ningún momento entiendo que se refiere al de un solo pie. En cambio, yo no estoy legitimado para pedir “un zapato” de tal número. Repito, la forma singular del obligado plural es el privilegio de la familiaridad.
 
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