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Los enemigos de España y su intento de genocidio

No hay palabras. Sólo hay la obligación de expresar a nuestros lectores nuestra opinión sobre la noticia más destacada del día. Pero, ¿qué decir si esa noticia es el intento de genocidio de los españoles, simbolizado en el asesinato y en las heridas de más de un millar de madrileños?
 
Sabemos que tenemos la obligación de volver a señalar las raíces intelectuales de esta barbaridad que se perpetra en nombre y por culpa del nacionalismo; sabemos que hoy los nacionalistas que no empuñan las armas –pero que comparten objetivos con los que sí que lo hacen– se sentirán madrileños para no tener que sentirse españoles; sabemos que ETA no se ha situado "en el mapa de Madrid" –cosa que jamás le ha pedido un nacionalista– sino que ha atentado contra el centro de España.
 
Podemos denunciar, una vez más, la abyecta petición que le hizo a ETA por escrito el socio de Maragall y Zapatero. Pero quizá no baste. Tal vez haya que repensarlo todo, incluida la forma de lograr que la reforma de la Constitución española sea vista como un "drama" para los nacionalistas, no para la inmensa mayoría de los españoles que se sienten orgullosos de serlo.
 
¿Se han de respetar las concesiones que se hicieron en pro de un consenso que los nacionalistas han traicionado? A pesar de ser minoritarios y de su nulo compromiso con la nación en la que se fundamenta nuestra Constitución, nuestro sistema electoral facilita a los nacionalistas la llave de la gobernabilidad, una facilidad que se le entregó a cambio de que no la aprovecharan para exigir cambios en las reglas del juego. Eso, sin embargo, es lo único que los nacionalistas piden para apoyar el ejercicio de gobierno de los principales partidos nacionales. La continuidad de España no deber ser una propuesta de gobierno, aunque ahora lo sea de forma evidente.
 
Jamás Zapatero –ni ningún dirigente del PSOE– se dedicó a la política movido por el sueño de ver a "los pueblos del Estado Español", cada uno con su propio Tribunal Supremo o con su Agencia Tributaria propia o por la posibilidad de lograr unos Estatutos que declararen a Cataluña –o al País Vasco– como nación. Si el candidato socialista ha acabado haciendo estas propuestas es porque su peligrosa debilidad le ha llevado a coger una llave estructuralmente tentadora.
 
El PP y un refundado PSOE tienen que llegar a un pacto, sí. Pero no tanto para resistir las tentaciones de los minoritarios, sino para lograr que estas desaparezcan. Llevamos treinta años intentando contentar a los que nunca se han contentado. ¿No va siendo hora de que este juego de reconsiderar lo que debería ser permanente, no esté abocado a lo que los nacionalistas puedan ganar, sino a lo que puedan perder?. A los terroristas se les ha inculcado su odio a España en España. Eso tiene, debe de tener, responsabilidades políticas, aunque ahora solo sea tiempo de llanto...

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