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Democracia a la bolivariana

Consumado el cambio de régimen, los venezolanos podrán olvidarse por muchos años de las costosas consultas electorales para disfrutar de la auténtica democracia del pueblo, expresada a mano alzada en la plaza mayor de la capital como ocurre en Cuba.

En las algaradas antiamericanas celebradas por la izquierda española con motivo de la segunda parte de la guerra de Irak, destacaron con luz propia los intelectuales agrupados en la plataforma «Cultura contra occidente» —oficialmente denominada «contra la guerra», genéricamente. En una de las manifestaciones de protesta más celebradas, la analista de guardia en aquellos momentos sintetizó de forma admirable la perspectiva de la izquierda internacional respecto al régimen del venezolano Chávez, declarándolo solemnemente «una nueva experiencia democrática». Ignoramos qué tipo de estudios comparativos de legalidad jurídico-política a escala internacional fueron realizados para llegar a esta conclusión, pero podemos estar tranquilos; si una intelectual de tronío como la Watling otorga al régimen de Chávez el marchamo de pureza democrática, por algo será.
 
Pero aunque la doctrina Watling apunte a la existencia en Venezuela de un Estado de Derecho en grado superlativo, es justo destacar también otras voces que ponen en cuestión la exquisitez democrática del régimen bolivariano. Por ejemplo, no queda nada democrático —aunque tal vez sí progresista—, expulsar de la administración a varios miles de funcionarios «por solicitar el referendo; algo a lo que tenían derecho constitucional».
 
También es dudoso a efectos democráticos negarse a realizar controles de votos inmediatamente acabada la jornada electoral, como hicieron las autoridades chavistas el día del referendo. Y eso que las máquinas electrónicas destinadas a recoger los votos, están concebidas precisamente para ello. «El hecho es que el único procedimiento que podría haber zanjado esta cuestión definitivamente más allá de toda sombra de duda, era la denominada ‘auditoría en caliente’. Si el CNE hubiera aceptado abrir las urnas públicamente el domingo por la noche, cinco minutos después de depositarse el último voto, para realizar una validación estadística eligiendo al azar unos cuantos colegios electorales, en presencia de los encargados del escrutinio, y de observadores de las dos opciones, contando las papeletas físicas y cotejándolas con los resultados electrónicos, entonces, y sólo entonces no hubiera quedado espacio para la duda. Esto, después de todo, es para lo que fueron diseñadas las máquinas electrónicas; la única razón por la que emiten al votante un ticket de papel.»
 
Algo sospechoso resulta, así mismo, que los sondeos electorales realizados a la salida de los colegios arrojaran una victoria sin paliativos de los partidarios de revocar a Chávez, con un margen de entre 12 y 19 puntos, y que el resultado proclamado oficialmente fuera al final exactamente el contrario.
 
Por otra parte, a fin de matizar, y en su caso revisar, la puntuación en la escala democrática otorgada en su día al líder bolivariano-marxista, sería bueno también que nuestros intelectuales de progreso conocieran algunos casos llamativos, como el ocurrido en la ciudad de Valle de Pascua, «donde las papeletas de voto fueron contadas por iniciativa de los encargados del colegio electoral, descubriéndose que el voto del “Sí” había sido reducido en los dispositivos electrónicos en más de un 75%. Todo el material de la votación fue requisado inmediatamente por la guardia nacional, aunque poco después la diferencia fue restablecida.»
 
Nuestros intelectuales y artistas de izquierdas consideran por lo general a la democracia un trasunto del socialismo, o en todo caso una vía no revolucionaria para alcanzar el ideal marxista; de ahí la tramposa distinción histórica entre la democracia burguesa —occidental y capitalista— y la llamada democracia popular —marxista y totalitaria. Todo parece indicar que la «nueva experiencia» venezolana va por ese segundo camino. Los varios miles de comisarios políticos enviados allí por Castro para organizar la transición hacia el socialismo pueden haber salvado, con la consulta del domingo pasado, el último obstáculo. Consumado el cambio de régimen, los venezolanos podrán olvidarse por muchos años de las costosas consultas electorales para disfrutar de la auténtica democracia del pueblo, expresada a mano alzada en la plaza mayor de la capital como ocurre en Cuba. Nuestros progresistas celebrarán nuevamente la victoria de la auténtica democracia y la derrota del neoliberalismo imperialista, aunque probablemente rehúsen disfrutar in situ las ventajas del paraíso proletario; permanecerán entre nosotros, sufriendo los rigores del capitalismo salvaje occidental y haciendo apostolado progre. Son unos mártires. Laicos, pero mártires.

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