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Juan Carlos Girauta

Occidente cierra los ojos

Porque la historia de este conflicto es también la historia de la incapacidad árabe para llegar a acuerdos

Muertos y heridos entre ruinas humeantes, turistas israelíes en el Sinaí. El islamismo ha incorporado definitivamente a su causa a todas las ramas del árbol palestino, en el que un día remoto floreció alguna aislada esperanza de civilidad.
 
La misma noche de la declaración de Independencia, 14 de mayo de 1948, empezaron los ataques egipcios, e Israel se volcó en una defensa a vida o muerte que nunca ha podido abandonar. Sabemos por la ONU que 656.000 árabes huyeron del territorio ocupado en la Palestina del mandato. Paul Johnson da una cifra sorprendentemente exacta para los judíos que, a su vez, tuvieron que huir de los estados árabes: 567.654 refugiados, que fueron reasentados por el gobierno israelí; tuvieron vivienda, trabajo, educación y libertad. Los primeros corrieron peor suerte al rechazar los países árabes los planes de reasentamiento de la ONU. También se negaron a aceptar las compensaciones ofrecidas por Israel.
 
La baza de los refugiados alimentaba el maximalismo árabe. Y la ha mantenido, oponiéndose a cualquier intento de negociación y condenando a la desgracia a los afectados. Porque la historia de este conflicto es también la historia de la incapacidad árabe para llegar a acuerdos. Si hubieran aceptado en 1937 la partición de la Comisión Peel, como hicieron los judíos, sólo el 20 % de Palestina habría sido judía. Si hubieran aceptado la partición de la ONU en 1947, como los judíos, para estos habrían sido el 50 % del territorio. Si no se hubieran negado a mantener conversaciones en 1949, tras el armisticio, Israel habría cedido territorio a cambio de un acuerdo de fronteras permanente. Y a través de las guerras, el Sinaí, los Seis Días, el Yom Kipur, los árabes se mantuvieron aferrados a dos errores gravísimos: creer que algún día vencerían a Israel por la fuerza; mantener la creciente bolsa de refugiados como una baza moral.
 
Volvieron a oponerse a la oferta de partición de Camp David en 1978, y hasta entrados los años ochenta Arafat no reconoció el derecho de Israel a existir, paso que muchos de sus propagandistas occidentales todavía no han dado, pues por algo había que sustituir su debelada ideología.
 
En 2000, el plan Barak recogió casi todas las reivindicaciones territoriales de los palestinos. Arafat prefirió lanzar la segunda intifada y ordenar a los miles de policías y agentes de la Autoridad Palestina en Gaza que hicieran la vista gorda al lanzamiento de cohetes Kassam por parte de Hamas contra la población civil de Israel. En 2001 lanzaron siete cohetes; en 2002, cuarenta y dos; en 2003, ciento cinco; en lo que llevamos de 2004 han lanzado 159 cohetes Kassam. El último ha matado a un niño de dos años y a otro de cuatro.
 
¿Por qué este crescendo cuando Israel ha decidido retirar sus fuerzas de Gaza el año que viene? Porque Arafat y el islamismo actúan desde la más absoluta irracionalidad. ¿Llegarán a entenderlo los periodistas, intelectuales y profesores "comprometidos" que invocan las causas del terrorismo? Profundo ha de ser el atavismo para no haber podido identificar aún el patrón antinegociador de una de las partes en conflicto.

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