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Muchas felicidades y un aviso

la ilusión de hoy puede truncarse antes de lo que piensan por culpa de los que acostumbran a vivir a costa de estos acontecimientos

A lo largo de la tarde de ayer, y tras una votación “no apta para cardiacos”, según aseguró el presidente aragonés Marcelino Iglesias, Zaragoza se hizo con la organización de la Exposición Internacional del año 2008. La ya conocida popularmente como Expo 2008 es un viejo empeño de los munícipes zaragozanos desde hace años. La capital de la ribera venía desde la pasada década tratando de consagrarse internacionalmente a través de algún evento de renombre que la situase en el mapa. Zaragoza, enclavada en un estratégico cruce de caminos y poseedora de una historia y un patrimonio envidiable, no merece menos.
 
La Exposición Internacional concedida ayer bien puede ser esa oportunidad que Zaragoza y los zaragozanos estaban esperando, no en vano es una de nuestras ciudades más bellas y tiene potencial suficiente para proyectarse con orgullo más allá de nuestras fronteras. El problema es que este tipo de celebraciones tan apadrinadas por los políticos suelen ir cargadas por el mismo diablo. Los antecedentes, por desgracia, los tenemos muy cercanos. Hace doce años, en Sevilla, el Gobierno de Felipe González organizó un festival del despropósito que salió por un pico a los contribuyentes y contribuyó a llenar los bolsillos de unos cuantos listos del partido entonces gobernante. En la otra punta de nuestra soleada geografía, en Barcelona, este mismo verano hemos asistido a una ceremonia absurda, innecesaria y costosísima bautizada como Fórum de las Culturas. En la primera se corrompió todo lo corrompible y sus restos yacen hoy semiabandonados entre un parque de atracciones en quiebra y un parque tecnológico que nunca lo fue. De la segunda no nos hemos recuperado aún pues sus efectos todavía colean en ese discurso retroprogre que se ha hecho dueño de todo.
 
La Expo de Zaragoza puede con facilidad infectarse de cualquiera de las dos dolencias antes referidas o, lo que es peor, de las dos a un tiempo. Ingredientes no le faltan. El desacreditado Gobierno de Zapatero va a tratar de convertir la Expo en su mascarón de proa para llenar los telediarios, y eso cuesta dinero, mucho dinero. Por de pronto se prevén unas inversiones de unos 1.400 millones de euros, cifra nada despreciable para una ciudad de unos 600.000 habitantes. Sin embargo, experiencias anteriores indican que esa cantidad se quedará corta y el comité organizador demandará, conforme se acerque la fecha de inauguración, más y más fondos que habrán de salir de los bolsillos de los ciudadanos. Si a los gastos formales le añadimos los informales, imposibles de cuantificar a priori pero que suelen ser cuantiosos en estos momentos estelares en los que el gasto público se convierte en santo y seña, el panorama puede llegar a ser desalentador. Va a hacer falta mucha precaución para que la Zaragoza de los próximos cuatro años no se convierta en el paraíso de la coima y el templo de la recalificación.
 
El otro peligro que se cierne sobre la Expo es el de los contenidos con los que se pretende dar forma y fondo al evento. De antemano el lema será “Agua y desarrollo sostenible”. Lo del agua era previsible y nada puede objetarse. Zaragoza es nuestra ciudad fluvial por excelencia, un regalo del Ebro en torno al cual orbita todo el valle. Lo del desarrollo sostenible es, por el contrario, insistir en un embuste que nos puede costar carísimo a medio plazo. Los mimbres con los que está edificada la falacia del desarrollo sostenible nos condenan al atraso y a una crisis económica perpetua. El único desarrollo sostenible es aquel que respeta al ser humano y a sus necesidades, es decir, el opuesto al que defienden las organizaciones ecologistas, las mismas que ya se están frotando las manos con la Exposición y con el dineral que se va a mover a su alrededor.     
 
Damos nuestra más sentida enhorabuena a los zaragozanos por la elección de su ciudad como sede de una Exposición Internacional que será una celebración de todos. Adjuntamos a nuestra felicitación una advertencia: la ilusión de hoy puede truncarse antes de lo que piensan por culpa de los que acostumbran a vivir a costa de estos acontecimientos, en los que el dinero ajeno vuela y sobran los traficantes de los más variopintos estupefacientes intelectuales.

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