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La reforma imposible

Si de verdad se quiere crear un organismo multilateral efectivo, no cabe más que empezar por el principio y hacer como en 1945: construir sobre la radiografía del poder en el mundo y confiar en la generosidad de los más fuertes

Kofi Annan acaba de producir uno de sus interminables estudios –el 5º en el último quinquenio– sobre cómo reformar la ONU. Demasiado papel ya para tan poco progreso acometido bajo su batuta. De hecho, tantas llamadas al cambio bien en la estructura, bien en los procedimientos, bien en sus principios, y tanta parálisis y división, han mermado severamente la credibilidad de las Naciones Unidas incluso en sus más fieles defensores.
 
Ahora, Kofi Annan, aporta un nuevo plan. Es ciertamente su plan ya que el capítulo del informe "Un mundo más seguro: Nuestra responsabilidad compartida", elaborado por un panel sobre las amenazas y retos en el mundo del siglo XXI, que aborda las reformas imprescindibles del sistema onusino, fue redactado e incorporado al borrador del documento global por iniciativa e insistencia del actual secretario general. Su recomendación más notable: expandir el número de miembros que se sientan en el Consejo de Seguridad de 15 a 24. eso sí, sin alterar el esquema de los cinco miembros con derecho a veto. Lo más sorprendente, los criterios para pasar a formar parte del máximo órgano de la ONU: la aportación de cada miembro a las misiones de paz. Otras alternativas, como la representación geográfica, que podría dar entrada a Brasil e India, por ejemplo; o la demográfica, que justificaría las aspiraciones de México, parecen haber sido descartadas por ser políticamente inviables. Todos los interesados encuentran razones para estar a la vez que para descartar a sus rivales en esta carrera por sentarse en la cúspide de la ONU.
 
En realidad, el problema de la ONU no es la representatividad en el consejo de seguridad. Eso es un espejismo. El problema se deriva de la nueva distribución de poder salida del final de la guerra fría y que le ha otorgado a los Estados Unidos una posición dominante en los asuntos internacionales. Es más, la globalización en todas sus esferas, particularmente en la de la seguridad, lleva a que Norteamérica no pueda desentenderse de nada de lo que ocurra en el mundo pues puede acabar afectando a la supervivencia del país y sus ciudadanos. Esta combinación de poder y ambición es lo que ha sido contestada por otros miembros con derecho de veto en el propio Consejo de Seguridad, de Francia a China. Y ese es el verdadero problema que hay que resolver. ¿Cómo ser capaz de generar consenso en un órgano absolutamente desequilibrado, que otorga el mismo poder a una Rusia en decadencia, a una Francia aislada, a un Londres periférico y a una China expectante que a los Estados Unidos? Siendo coherentes, el sistema de veto debería reducirse hasta dejarlo sólo en manos americanas. Pero eso acabaría con la ONU. Otra posibilidad es ponderar el derecho de veto en función, por ejemplo, de la contribución a las cuotas de la ONU, a las que América da el 22 por ciento. Pero eso también acabaría con el actual sistema en el que casi todos se siente satisfechos.
 
Eso sí, lo que no tiene ya más sentido histórico, de creer a los voceros del Tratado Constitucional de la Unión Europea, es la defensa de más representantes europeos en el Consejo, como pide Alemania. Si los miembros de la UE quieren actuar como un actor unido y con una sola voz en materia de política exterior y de seguridad, que encuentren la fórmula para ocupar un solo asiento en el Consejo de Seguridad. Lo contrario es una burla.
 
Si de verdad se quiere crear un organismo multilateral efectivo, no cabe más que empezar por el principio y hacer como en 1945: construir sobre la radiografía del poder en el mundo y confiar en la generosidad de los más fuertes. Todo lo demás está condenado al fracaso de antemano. Eso sí, servirá para que Kofi Annan pueda encargar otros estudios con los que contentar a sus amigos.
 
GEES, Grupo de Estudios Estratégicos

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