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Las afueras

Son los nervios, la arbitrariedad y la censura propios del pánico. La posibilidad de tener que enfrentarse por primera vez con lo inimaginable: los otros catalanes, iracundos, tomando la calle para hacerse oír. Sin intérpretes

La opacidad preside la gestión de la crisis del Carmelo por parte de las administraciones públicas. Largas cambiadas, limitaciones al trabajo de los periodistas sin precedentes en democracia, nervios, mensajes contradictorios. ¿Por qué? La razón habría que buscarla más allá de los informes técnicos, de las responsabilidades civiles directas y subsidiarias que pudieran derivarse, más allá del temor a las destituciones y hasta de las eventuales condenas por negligencia.
 
Lo que se está delatando es la grave interpretación que del desastre han hecho las autoridades; hay que desactivar a toda costa una bomba política, la irrupción en las calles y en los medios de un segmento de población enorme, silente, tan propio como ajeno. Su voz sin intérpretes. Algo que nunca ha sucedido.
 
Hasta los años cincuenta, El Carmelo acogía las clásicas torres de veraneo de la burguesía barcelonesa, y su crecimiento desde los años sesenta está ligado a la llegada masiva de los que Candel bautizaría como “los otros catalanes”. Juan Marsé inmortalizó ese tiempo y ese barrio en memorables novelas que algunos no le han perdonado, fijando en nuestra memoria literaria la transformación de la Barcelona que desde lo alto de Montjuic o del Tibidabo había atravesado la poesía de Jaime Gil de Biedma: “Más allá de los puentes, // alta, sobre la tierra prometida, // la ciudad cegadora se agrupaba // lo mismo que un cristal innumerable.” (Las afueras)
 
Hoy los abogados aconsejan no abordar la vía penal a los ciudadanos sin hogar que incomodan a los dos tripartitos, el autonómico y el municipal. Mientras tanto, se prohíbe a los reporteros gráficos tomar imágenes de la zona del desastre. Un “protocolo” impide a los periodistas asistir a las reuniones de los afectados con las administraciones. Ayer, los mossos d’esquadra apartaron los micrófonos que grababan las protestas ciudadanas ante la consellera Tura, que dijo: “me sería muy fácil echarle la culpa a los de antes”. Amenaza a considerar por CiU, pues a la hora de echar culpas la Tura no tiene rival; compitió con Almodóvar en la intoxicación sobre un golpe de estado del PP.
 
La Generalitat pone asimismo trabas a los medios de comunicación en los hoteles que acogen a los desposeídos, a quienes, en un gesto de asombrosa generosidad, les ha ofrecido diez euros al día por adulto y cinco euros por niño, para su manutención. El túnel de la discordia se está sellando con toneladas de hormigón, y con él la posibilidad de cualquier peritaje fiable. Como si estuviera tratando con idiotas, el alcalde Clos ha afirmado que “se podría iniciar una investigación posterior si fuera necesario”. Posterior a la desaparición de las pruebas.
 
Son los nervios, la arbitrariedad y la censura propios del pánico. La posibilidad de tener que enfrentarse por primera vez con lo inimaginable: los otros catalanes, iracundos, tomando la calle para hacerse oír. Sin intérpretes.

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