Más allá de la apertura de una página web en 1995, cuando empezó a eclosionar Internet como producto de consumo, y de otras medidas prácticas que ha reflejado perfectamente Libertad Digital, debemos a Juan Pablo II un interesante mensaje donde analiza la red de redes. Escrito en enero de 2002, con motivo de uno de esos días del escarabajo pelotero de las telecomunicaciones que pueblan el calendario, demostró que la Iglesia entendía bastante bien lo que significaba Internet cuando aún muchos de los periodistas consagrados de este país siguen hoy sin enterarse de nada.
"Internet es ciertamente un nuevo «foro», entendido en el antiguo sentido romano de lugar público donde se trataba de política y negocios, se cumplían los deberes religiosos, se desarrollaba gran parte de la vida social de la ciudad, y se manifestaba lo mejor y lo peor de la naturaleza humana", escribía entonces Juan Pablo II. En ese foro, ciertamente, debía estar presente el mensaje de Cristo del mismo modo que lo está fuera, aún admitiendo que para algunas cosas como la evangelización nada puede sustituir por completo al contacto personal directo. Porque Internet es un nuevo medio, con sus características particulares, donde encontramos lo mismo que hay fuera de él. Algo que aún muchos medios parecen ignorar, cuando titulan que varios jóvenes pactaron un suicidio a través de Internet; una elección que jamás habrían hecho de haberse puesto de acuerdo por teléfono.
Con humildad, el mensaje contenía casi más preguntas que respuestas. Reconociendo la importancia de la red como apoyo en la instrucción y la catequesis, se preocupaba por lo poco que incita Internet a la reflexión crítica frente a su fomento de la información fácil y rápida. Por eso, preguntaba a los cristianos sobre la manera de cultivar la sabiduría en la red; sabiduría entendida como la comprensión de los valores, de la diferencia entre lo correcto y lo incorrecto, que no puede ser fruto de un mero consumo de datos.
La Iglesia ha sido consciente del potencial de la red y lo ha usado tanto directamente como a través de grupos de activistas cristianos como Hazte Oír o E-Cristians. Y aunque ciertamente la imagen que recordaremos todos de Juan Pablo II sea inclinado besando el asfalto de un aeropuerto y no delante de un portátil, sus palabras nos confirman que la Iglesia no estaba tan anticuada como buena parte de la exégesis progresista que la injuria.