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José Vilas Nogueira

Fortuna y virtud

el mantenimiento de la unidad del PP y la recuperación de su vigor político son más fáciles de enunciar que de acometer. Muy caracterizadamente precisan de un liderazgo virtuoso. El tiempo dirá si Rajoy es capaz de ejercerlo

El episodio del vídeo de la FAES sobre el 11-M ha ofrecido nuevo alimento a la persistente polémica sobre la relación entre los estilos de liderazgo de Aznar y de Rajoy, incluso más allá, a la significación de Aznar y del pasado inmediato en el actual Partido Popular. Rajoy presume, con razón, de finura política, y éste es quizá su mayor activo, pero no estuvo demasiado fino en su contraposición entre vísceras y cerebro. Esto no quiere decir que Rajoy hubiese necesariamente de celebrar la oportunidad y el estilo del vídeo. Pero si no estaba de acuerdo con una y otro, hubiese sido más inteligente subrayar que la responsabilidad del vídeo era de la FAES, que por próxima que esté al Partido Popular, incluso aunque esté integrada orgánicamente en él (que no lo sé), es por propia naturaleza un think tank, que no expresa necesariamente las posiciones oficiales del partido y que puede coexistir con otras sensibilidades y tácticas en el seno del mismo.
 
En cualquier caso, el problema no es de contraposición entre vísceras y cerebro. El problema, como vengo de apuntar, es doble; por un lado, la relación entre la FAES, cuyo patronato preside Aznar, y la dirección del PP, que lidera Rajoy; por otro, la pertinencia, por razones de principio, estratégicas o tácticas, de insistir en los lamentables sucesos del 11 al 13 de marzo de 2004 o, como suele decirse, de pasar página a estos sucesos. Y, tanto sobre una como sobre otra cuestión, sería penoso que un político tan inteligente como Rajoy se dejase seducir por las opiniones del PSOE. Haga lo que haga, Rajoy no se podrá librar de la "cruz" del pasado aznarista. Siempre que les convenga al partido del gobierno y a sus socios le acusarán de no distanciarse suficientemente de Aznar, máxime cuando sólo un ciego no ve que el objetivo prioritario del PSOE es romper el PP.
 
Discurría Maquiavelo sobre la necesaria conjunción de fortuna y virtud para el éxito del Príncipe. Y la fortuna es mudable y caprichosa, rehusándose a veces con entera obstinación a conceder su favor. Está claro que el Partido Popular, en general, y Mariano Rajoy, en particular, no han sido bien tratados por ella. Todavía gobernando Aznar se produjeron los accidentes del Prestige y del Yak-42 que, en indecente operación de manipulación política, fueron convertidos por la izquierda en "crímenes de Estado". Pero, tanto más adversa es la fortuna, más necesaria es la virtud del Príncipe. Y, todavía con Aznar, la gestión de aquellas desgracias, distó de la fuerza, vigor, determinación y eficacia que implican la noción maquiaveliana de virtud.
 
Una especie de anestesia paralizante invadió al PP ante aquellos accidentes y, lo que fue mucho peor, se prolongó en la campaña electoral de las elecciones de marzo del pasado año. Antes del mismo once de marzo, la percepción generalizada era que cuanto más tiempo transcurría, más subía la intención de voto hacia el PSOE y más bajaba para el PP. La campaña de Rajoy discurrió a la defensiva, con un perfil político bajísimo, apenas centrada en aspectos de gestión. Incluso, en este terreno, en el que presumiblemente podía destrozarlo, se negó a debatir en televisión con Zapatero.
 
La designación por Aznar de Rajoy, como su sucesor, habla mucho de la altura de miras del primero, pues no parecían personalidades muy afines. A Rajoy, además de su finura parlamentaria, que gana pírricas victorias en el terreno de los columnistas cultos e inteligentes, pero poco más, lo avalaba una amplia experiencia gubernamental. Si no se hubiesen producido los atentados del once de marzo, pese a su debilísima campaña electoral, Rajoy hoy sería Presidente del Gobierno. Tendríamos una mejor gestión y, sobre todo, nos hubiésemos ahorrado muchos de los problemas derivados del sectarismo socialista. Pero, la virtud de estos príncipes modernos, que son los líderes mayores de los partidos, requiere algo más que buena gestión; algo más que finura parlamentaria; requiere definición y determinación políticas. Sería malo confundir el coraje político con las vísceras, y la indeterminación con el cerebro. Los políticos no son filósofos, y cuando los filósofos se meten a políticos la catástrofe está servida.
 
Es posible que la fortuna siga sin acompañar a Rajoy. Algunos analistas aventuran que unos malos resultados en las elecciones autonómicas vascas y, hacia octubre, en las gallegas, podrían acabar con el liderazgo de Rajoy. Sería injusto si así ocurriese, pues el escenario de unas y otras elecciones y las candidaturas del Partido Popular escapan a la responsabilidad del líder popular. Más bien, sería al revés, de confirmarse estos malos augurios, la búsqueda de un remedio a la situación sería una prueba para valorar la capacidad de liderazgo de Rajoy.
 
Ante las incoherencias, la pésima gestión y la precariedad de sus apoyos parlamentarios, muchos han aventurado que el gobierno de Zapatero no superaría esta legislatura, quizá incluso que no sería capaz de agotarla. Yo nunca he participado de este optimismo y creo que cada vez hay menos razones para sustentarlo. Comprendo la angustia de la gente más o menos profesionalizada en la política ante la perspectiva de no recuperación inmediata del poder. Pero, desde el punto de vista del Partido como un todo, estos desfavorables augurios deben convertirse en una oportunidad de recuperación del pulso político de la derecha o, si se prefiere, del centro-derecha. Ello pasa por una vigorización de la vida del partido, presidida por dos objetivos irrenunciables: el mantenimiento de la unidad y la recuperación del pulso político. En un partido que como el PP ocupa todo el espacio de centro-derecha (los nacionalistas periféricos situados en este espacio, de hecho se han desplazado al polo de la izquierda, ya que el PSOE es más "comprensivo" con sus objetivos) esto requiere el debate y la convivencia ideológica entre las varias tradiciones políticas que conviven en el partido: conservadores de inspiración cristiana, cristianodemócratas, conservadores aconfesionales, liberales en el sentido tradicional europeo, liberales o neo-liberales más centrados en el antiestatismo y la defensa del mercado, etc. Sería funesto que un dogmatismo vinculado a cualquiera de estas tradiciones, arruinase la unidad del partido. Pero esta convivencia debe proyectarse en una definición política única, elaborada a base de aquellos elementos comunes a las diversas tradiciones enumeradas: la defensa del individuo y de sus valores, la afirmación de las libertades civiles y políticas, el énfasis en que estas libertades son letra muerta sin la defensa de la propiedad privada y del mercado, y la propuesta de políticas que sean corolario de estos principios.
 
Ambas tareas, el mantenimiento de la unidad del PP y la recuperación de su vigor político son más fáciles de enunciar que de acometer. Muy caracterizadamente precisan de un liderazgo virtuoso. El tiempo dirá si Rajoy es capaz de ejercerlo.

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