Aunque nadie haya querido hablar de fracaso, los líderes políticos catalanes no han conseguido desbloquear ninguna de sus diferencias sobre la reforma del Estatuto en la cumbre que han celebrado este fin de semana en el Parlamento autonómico catalán. Hasta tal punto la ronda de entrevistas de Maragall ha sido un fiasco, que el líder del PP catalán, Josep Piqué, se ha aventurado a pronosticar que “probablemente no habrá nuevo Estatut”, algo que, según Piqué, “todo el mundo asume en privado”.
Ciertamente, la cumbre ha concluido sin una declaración conjunta y sin cerrar acuerdos conjuntos en los nueve puntos de discrepancia –sobretodo, la referente a la cuestión de la financiación- que mantienen las formaciones políticas catalanas.
Haría mal, sin embargo, el PP catalán, en general y Piqué, en particular, confiando en esta aparente vía muerta en la que se encuentra la reforma estatutaria, para no hacer pedagogía política a favor de la senda constitucional de la que quieren apartar al nuevo Estatuto el resto de las formaciones políticas. Para empezar, el PSC quiere, junto con los partidos nacionalistas, que esa reforma tenga lugar este mismo verano y, por lo pronto, ya han acordado algo tan grave y tan radical como es definir estatutariamente a Cataluña como nación.
Si el PP catalán va a oponerse a ese auténtico disparate político y monumental falsedad histórica, limitándose a considerarlos -tal y como ha hecho, casi de forma vergonzante, este domingo en La Razón- como una mera “contradicción con el artículo dos de la Constitución”, mejor sería que Piqué cediera el testigo a otro que sepa defender, con más orgullo, más sentimiento y más entusiasmo, la pertenencia de Cataluña a la nación española.
Evidentemente, la proclamación estatutaria de Cataluña como nación conllevaría un conflicto jurídico, pero también histórico y político de primera magnitud. El frío y prosaico positivismo jurídico en el que parece acurrucado Piqué, no es, ciertamente, el mejor y más atractivo medio de hacerle frente. Si los secesionistas tienen tanto interés en la proclamación de Cataluña como nación es, precisamente, porque es más, mucho más, que una “mera cuestión nominal”, como diría el irresponsable presidente de gobierno de Zapatero. Supone, simplemente, asentar las bases para transferir la soberanía nacional a una comunidad autónoma, antesala necesaria e imprescindible para la autodeterminación.
Por otra parte, y en lugar de confiar en que el resto de las formaciones no se vayan a poner de acuerdo en el resto de las cuestiones, Piqué lo que debería dejar claro es que el PP no sólo no va a suscribir un Estatuto que proclame a Cataluña como nación, sino advertir también de que recurrirá al Constitucional esa evidente “contradicción” con nuestra Carta Magna.
Pero, sobretodo, lo que Piqué debe es conectar, con valentía y sin complejos, con la sensatez y el sentido común de una silenciosa y silenciada mayoría de catalanes que no comparten -menos aún, instigan-, la radical deriva nacionalista de la mayor parte de la clase política y mediática de Cataluña. Para ello, nada más importante, que denunciar la falsa normalidad con la que Maragall y los nacionalistas quieren introducir algo que, simplemente, no tiene parangón en ninguna otra democracia europea, como es proclamar como nación a una región o comunidad autónoma. La parte no puede ser definida igual al todo. Y Piqué, en lugar de rehuirlo, debería llevar a gala el ser ese “crispante” obstáculo en el que tropieza el dominante nacionalismo en su empeño de desligar política, histórica, jurídica y sentimentalmente a los catalanes del resto de España.

