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Juan Carlos Girauta

Impropio

Gallardonear está bien visto por nacionalistas y socialistas; no por los populares. Ni por sus bases ni por sus votantes.

Los principales errores de la derecha española desde la Transición se resumen en uno: tratar de dar la batalla desde el campo discursivo de la izquierda. Podríamos encontrar convincentes explicaciones para el fenómeno, como el apabullante dominio de la propaganda por parte del adversario. Con todo, no hay justificación alguna para que el universo liberal conservador español actúe, comunique, proyecte y decida a la defensiva a estas alturas de la democracia.
 
Bajo el liderazgo de Aznar, se desplegó una acción de gobierno cuyos logros económicos, antiterroristas y de regeneración institucional fueron y son la envidia y el modelo de gobernantes honrados y responsables de todo el mundo. Precisamente porque Aznar fue un gobernante excelente, toda la maquinaria de intoxicación socio-polanquista y nacionalista se propuso como objetivo principal acabar con su imagen. Con su liderazgo no podían porque él mismo se había marcado fecha de caducidad.
 
Precisamente porque Aznar fue una bendición para España, los que se alimentan de la debilidad nacional y los que se crecen con nuestra decadencia lo tienen aún, y lo seguirán teniendo, por principal enemigo. Cuanto más cercano estuviera uno a aquel líder, más cartas tiene para que la izquierda zapaterozerolina (lo tomo prestado, Federico) lo estigmatice, lo investigue, le instruya una causa general, lo insulte en Crónicas Marranas y lo linche. Todo esto debería ser un honor para la víctima, pues subraya su honradez y su valía.
 
Pero hete aquí que algunos de los que estuvieron muy, pero que muy cerca de Aznar, se rilan, se amilanan, se acoquinan. Hasta aquí, lógico. Y, fatalmente, se entregan al enemigo por la vía maldita: pasándose a su campo discursivo. En ese momento ya han perdido. Ni lograrán jamás imponer su punto de vista en una dialéctica con las cartas marcadas, ni merecerán el respeto de los suyos. Gallardonear está bien visto por nacionalistas y socialistas; no por los populares. Ni por sus bases ni por sus votantes.
 
Hay un grado supremo de error, un paso más allá en la renuncia política y moral. Consiste en rilarse, acoquinarse, pasarse al campo discursivo del enemigo y, además, querer promocionarse por contraste con compañeros de partido y de gobierno que han sido repetidamente linchados y calumniados. Se trata de ganarse al verdugo (inútil tentativa) a base de denigrar a los mejores compañeros, las víctimas preferidas del socio-polanquismo, las que le preceden a uno en la cola de la guillotina. A ver si así le perdonan. Lamentable, impropio.

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