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Serafín Fanjul

Crónicas del circo

¿Cómo indignarse, o pitorrearse, por la Noche Celta de Asturias, si en Granada-Almería han inventado los Juegos Deportivos Moriscos de la Alpujarra?

Si el amable lector tiene el achaque de aplicarse a recolectar barbaridades y propuestas absurdas oídas a los políticos, leídas en los diarios, o circulantes a gran escala entre el pueblo llano, pronto comprenderá que ha de abandonar porque aquello se convertirá en atentado masoquista contra él mismo, por la cruel disciplina que entraña atesorar tanta bobada, tanta ignorancia, aunque a ratos cómica. Y ya se sabe que la Osadía es hija predilecta de Dª Ignorancia y nieta preferida de la venerable anciana Dª Indiferencia, las tres mosqueteras que están asolando nuestro país alegremente. Como hemos denunciado en otras ocasiones, hace varios siglos que los españoles no se distinguen por su amor y dedicación a la reflexión y el estudio, pero en nuestros días, quizá por el prolongado período de libertad de expresión que disfrutamos, se están manifestando con más rigor y virulencia las sublimes ocurrencias de numerosas gentes con mando en plaza o, al menos, fácil acceso a los medios de comunicación. Tal vez lo más grave no sean las genialidades alumbradas –el pueblo, con buen criterio, creó la palabra “paridas”, por este gerifalte, aquel buscavidas o estotra bachillera (o bachiller). Lo peor –pensamos– es la aceptación, o la facilidad con que se difunden majaderías proferidas con campanudo y trascendente tono; y no acudiremos al expediente cómodo de recordar –y ensañarnos– las brillantes ideas, tan sintéticas y condensadas, de un Rodríguez, un Pepiño o un Moratinos: eso sería no querer esforzarse en la tarea. Es decir, lo más nocivo es la ausencia de brigadas especiales de loqueros que, de manera espontánea y con un buen arsenal de camisas de fuerza, recorran calles y plazas, platós de televisión, redacciones de periódicos o –mejor aun- los despampanantes edificios medievales o renacentistas en que se atrincheran, con el nombre de gobiernos o parlamentos autonómicos, miles de egregios beneficiarios del glorioso “Estado de las Autonomías” que inventara Adolfo Suárez en compañía de otros.

Posiblemente, el mayor inventor, productor y exportador mundial de estupidez y estupideces sean los Estados Unidos de Norteamérica –porque es el mayor exportador de casi todo– pero allí unas clases dirigentes sensatas y pragmáticas suelen poner en su sitio al chifleta que desbarra, a la buscona que se pasa de lista o a cualquiera con pretensiones de atentar contra el bien común. Ya sé que hay excepciones y por ahí anda Michael Moore ganando dinero con sus gracias, pero ésa no es la línea dominante. Lo distintivo entre nosotros –paradójico “hecho diferencial” propio de todos los españoles, en especial de quienes dicen, muy serios, no serlo– es la predisposición a no reaccionar ante muestras de irracionalidad insuperable, para todos los gustos y modelos. Durante la dictadura también había ejemplos estupendos del “eterno español”, pero se veían menos, o los genios generadores y las enteradas generatrices se contenían más, sin tanto caldo de cultivo donde fermentar y fructificar los productos de su caletre.

En la actualidad, confluyen los intereses locales de todas y cada una de las denominadas autonomías, más los de ciudades, villas, pueblos, burgos podridos, bisbarras, pedanías, parroquias, aldeas… Y si desean agregar más fuentes de sabias producciones, ojeen y hojeen el diccionario de Casares y añadan lo que gusten: con seguridad no se han de equivocar. Pero igualmente están en danza las expectativas de sindicatos, partidos, fracciones, facciones, fratrías; y de colegios profesionales, asociaciones de padres y madres, de tendencias o tendenciosidades sexuales, de oenegés, de organizadísimos grupos listos a proponer genialidades, exigiendo –insobornables y altivos, hasta que cae algo– que se suelte a un moro condenado por incitar a majar a palos a las prójimas, que se paralice y olvide la construcción de una autovía por haberse dado en las narices con una caca de lince (o algo así), que se proclame a Galicia “Nación de Breogán” ¡a petición de un ex rector! Los dislates, disfrazados de pugnaces y combativas protestas, se suceden tan ricamente: ¿cómo censurar a un concejal más o menos batasuno por negarse a gritar “Viva San Fermín”, si Rodríguez se esfuerza tesonero por desairar al Papa o a la bandera americana? ¿Cómo indignarse, o pitorrearse, por la Noche Celta de Asturias, si en Granada-Almería han inventado los Juegos Deportivos Moriscos de la Alpujarra? ¿Quién toserá la exquisita selección racial de la abeja vasca, o de los cerdos vascos, si en Huelva, en cuanto te descuidas, te montan unas veladas de cenas morunas, con teatro andalusí incluido, que ya es imaginación y tragaderas? ¿Quién se rasgará las vestiduras por el intento –gracias a Dios fallido– de denominar a Cádiz Sierraymar (en pronunciación racial, Sierrimá) porque en la provincia hay sierra y hay mar, en vez de seguir usando el entrañable y cachondo Cái de toda la vida?

Cada día aparece un sabio –catapultado en TVE, o en Canal 4, Canal 5, Canal 6, en todos los canales, caminos y puertos– exhibiendo una pavada mayor que la del vecino. Folclore y turismo se ven desbordados por la creatividad popular: a la mañana piden sacar a León de Castilla y a la tarde intérpretes de bable, diccionarios de castúo-altoaragonés, estudios de panocho en los Cervantes, financiación de Másters de Silbo Gomero en la universidad de Toronto, enseñanza obligatoria del shelha (o cherja) en Monforte de Lemos por lo que pueda pasar…Hay para todos los gustos, edades, preferencias. Nadie se corta y cuanto más alto se grite (vieja costumbre española), más posibilidades se tienen de atrapar un bocadillo. Mezclando el inocente y sano idealismo romántico con las secuelas de una alfabetización incompleta, ofrecen coartadas culturalistas a la codicia aldeana, canonizan como progresistas a torvos meapilas o asesinos evidentes. Pero eso ya es entrar en el terreno de la estricta política. El problema es más grave, más extenso y profundo: paradojas de los chistes de Jaimito y honradez de los negocios de José Mª el Tempranillo. No sólo se hunde la política, gran parte de la sociedad aplaude al primer Fofito que pasa. La playa está cerca y las hipotecas son a largo plazo: Pepiño anuncia el gobierno del buen rollo. Laus Deo.

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