Menú
Fundación Heritage

Para bien o para mal

A pesar de los índices que hablaban de un margen ajustadísimo y de que probablemente no sería el ganador, el candidato izquierdista Andrés Manuel López Obrador se autoproclamó vencedor.

Helle Dale

Las elecciones solían ser vistas como el patrón oro de la democracia. Sin embargo, recientemente ha quedado claro que el voto en sí mismo no es suficiente, especialmente cuando las ganas de los políticos por cuestionar los resultados van en aumento. Por forzar recuento tras recuento en Florida y por recurrir el resultado de las elecciones hasta el Tribunal Supremo de Estados Unidos, el candidato demócrata Al Gore abrió un camino que otros han seguido, a veces para bien, a veces para mal.

¿Qué podemos hacer para mantener la fe en la democracia como el mejor sistema político hasta ahora concebido? Tomémoslo muy seriamente en consideración. A veces es cierto que hay razones legítimas para cuestionar unas elecciones, como cuando el fraude, el abuso, el soborno o el robo de votos han invalidado el resultado. Sin embargo, algunas veces es cuestión de un mal perdedor que se rehúsa a aceptar una derrota, especialmente en una votación ajustada como fue el caso de las elecciones presidenciales del año 2000.

Con la democracia en expansión alrededor del mundo, las razones legítimas para cuestionar las diferencias de una votación se han hecho más difíciles. Como resultado, los roles que juegan las comisiones electorales independientes y los observadores externos se han vuelto cada vez más importantes.

Hoy tenemos un buen ejemplo en las elecciones presidenciales del 2 de julio en México, algo que ha llevado al país a un estancamiento. A pesar de los índices que hablaban de un margen ajustadísimo y de que probablemente no sería el ganador, el candidato izquierdista Andrés Manuel López Obrador se autoproclamó vencedor. Cuando, días después, el Instituto Federal Electoral de México (IFE) –organización independiente y respetada internacionalmente que ha supervisado las elecciones federales mexicanas desde 1996– certificaba que su rival, Felipe Calderón, había ganado las elecciones (Calderón obtuvo el 35,89% de los votos y López Obrador el 35,51%), entonces López Obrador recurrió y exigió un recuento de votos. También exhortó a sus partidarios a salir a las calles en todo México y cientos de miles así lo han hecho.

López Obrador ha atacado personalmente a Calderón y a su familia. Ha tildado de "traidor a la democracia" al presidente saliente Vicente Fox por respaldar al candidato ganador, miembros ambos del Partido Acción Nacional (PAN). Ha amenazado con "llegar tan lejos como el pueblo me lo pida". Es de suponer que no pertenecen al "pueblo" los dos tercios de mexicanos que no votaron por él en las elecciones.

Además de cuestionar el resultado de las elecciones y de autoproclamarse el ganador antes y después de que las papeletas se contasen, López Obrador ha acusado de corrupción a la actualmente muy respetada autoridad electoral de México. Al hacerlo, demuestra no reconocer que su partido, el Partido de la Revolución Democrática (PDR), que por décadas estuvo a la sombra del partido en el poder en México, el PRI (Partido Revolucionario Institucional), ha hecho grandes avances en estas elecciones. Ahora el PRD es la segunda fuerza más grande de la legislatura mexicana, barriendo con casi todos los cargos electos en la Ciudad de México.

Pero México es sólo el ejemplo más reciente de un fenómeno en alza. La ex Unión Soviética ofrece varios nuevos ejemplos de elecciones con resultados cuestionados que acabaron siendo revertidos. En las elecciones de noviembre de 2003 en Georgia, el partido en el poder del presidente Eduard Shevardnazde ganó la mayoría de escaños parlamentarios por un estrecho margen. Las protestas y acusaciones de fraude llevaron a la Revolución de las Rosas y hubo nuevas elecciones en marzo de 2004. Al final, Shevardnazde prefirió dimitir.

En Ucrania, un año después, los resultados de las elecciones presidenciales fueron cuestionados por el líder de la oposición Viktor Yushchenko. Siguiendo el modelo de la Revolución de las Rosas, la oposición le puso a sus protestas callejeras el nombre de "Revolución Naranja". Como el apoyo de Estados Unidos y de gobiernos europeos se iba aunando a favor de Yushchenko, los resultados electorales fueron finalmente anulados y una repetición de la segunda vuelta dio la victoria al pro occidental Yushchenko.

En marzo, Bielorrusia parecía estar lista para seguir un camino similar por las protestas que siguieron a las elecciones presidenciales que dieron al presidente Alexander Lukashenko el 82,6% de los votos para un tercer mandato. Las elecciones fueron declarada injustas por la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE) al ver que Lukashenko detenía a líderes de la oposición y controlaba los medios. Pero lamentablemente sigue en el poder.

Cómo no confundir la aparente similitud entre una queja legítima y un intento populista de arrebatar el poder es un desafío crucial actualmente en muchos países, incluso en Estados Unidos, como ya lo hemos visto. En México, apareciendo ante el Instituto Federal Electoral, Calderón lo expresó muy bien: "La pregunta es si los mexicanos vamos a resolver nuestras diferencias con tácticas de presión y manifestaciones o usando la razón y la ley". Parece un buen planteamiento para emprender el camino.

©2006 The Heritage Foundation
* Traducido por Miryam Lindberg

Helle Dalees directora del Centro Douglas y Sarah Allison para Estudios de Asuntos Exteriores y de Defensa de la Fundación Heritage. Sus artículos se pueden leer en elWall Street Journal, Washington Times, Policy Review y The Weekly Standard. Además, es comentarista de política nacional e internacional enCNN, MSNBC, Fox News y la BBC.

En Internacional

    0
    comentarios