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Carlos Ball

Explosión nacionalista

En un país libre, toda persona debe ser dueña de sí y poder hacer lo que quiera, siempre y cuando no viole los derechos de los demás. Vulnerar ese principio fundamental conduce a la progresiva pérdida de la libertad individual.

El general Charles de Gaulle diferenciaba acertadamente el patriotismo del nacionalismo: "Patriotismo es cuando el amor por tu propio pueblo es lo primero; nacionalismo, cuando el odio por los demás pueblos es lo primero."

Hace 49 años se creo la Organización de Estados Americanos (OEA), sucesora de la Unión Panamericana de 1910; sin embargo, hoy en el continente existen mayores trabas al libre intercambio comercial y al libre desplazamiento de las personas que durante los primeros años del siglo XX.

La Primera Guerra Mundial fue una verdadera tragedia, no solamente por los horrores de las sangrientas batallas, sino también porque los políticos la utilizaron para agrandar desmedidamente su poder de controlar a los ciudadanos y sus actividades particulares. Claro que la excusa siempre fue el bienestar general, pero la más superficial revisión de la historia revela que ese poder se utiliza desde entonces en beneficio de grupos con influencia política –agricultores, sindicatos y ciertos industriales–, en perjuicio de las grandes mayorías.

A lo largo de la historia, las guerras han sido el peor enemigo de la libertad porque las aprovechan descaradamente los políticos y burócratas para aumentar su poder sobre los demás, imponiéndonos toda dificultad imaginable, bajo la excusa de la defensa nacional. En 2007 vemos con tristeza a los Estados Unidos atascados en una cruzada política en Irak, intentando imponer criterios occidentales a grupos islámicos antagónicos que rechazan la permanencia de soldados extranjeros en su país.

Otra guerra que Estados Unidos ha estado perdiendo durante dos generaciones es la guerra contra las drogas. Lamentablemente, los políticos no aprenden de la historia. En 1919, la decimoctava enmienda constitucional estableció la Ley Seca, que promovió el contrabando de licor, destilerías ilícitas, violencia y explosión de bandas criminales hasta que fue derogada en 1933. Hoy, ni el ejército ni el muro a construirse evitarán el narcotráfico porque la prohibición lo ha convertido en el negocio más rentable del mundo. Se seguirán llenando las cárceles y muriendo gente inocente en América Latina hasta que los políticos deroguen infames leyes que, contradiciendo la intención con que fueron promulgadas, han fomentado el narcotráfico y la adicción.

El más frecuente error de Washington es su creciente inclinación a prohibir conductas que disgustan a grupos con influencia política. Desde luego que observamos muchas cosas que a la mayoría de los ciudadanos no nos gustan, pero es un terrible error tratar de imponer policialmente nuestros gustos o nuestros principios morales a los demás. En un país libre, toda persona debe ser dueña de sí y poder hacer lo que quiera, siempre y cuando no viole los derechos de los demás. Vulnerar ese principio fundamental conduce a la progresiva pérdida de la libertad individual.

Parte de la excusa del gigantismo estatal es que si una persona se hace daño a sí misma, el Gobierno pagará por las consecuencias; es decir, los contribuyentes pagarán por su mala conducta. Es una prueba más que el crecimiento del Estado es nuestro peor enemigo.

El presidente Bush hizo recientemente una gira de relaciones públicas por varios países latinoamericanos, donde promocionó el etanol, otro invento político que beneficia a determinados grupos. En varias ocasiones recalcó la lástima que siente por la pobreza hemisférica, pero no reconoció ni agradeció el hecho que América Latina compra más productos y servicios a EEUU que la Unión Europea, Japón, China o India. Sin embargo, quienes se enfrentan a mayores trabas para obtener una visa y viajar a este país son los latinoamericanos. Extraño, ¿no es verdad?

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