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Serafín Fanjul

De veladas

Un 61% de la población es contraria al uso de esa prenda en las escuelas por parte de las niñas musulmanas, dato que, aparentemente, choca con otro de la misma encuesta: sólo un 48% se opone a que se enseñe el Corán a los tiernos infantes hispanos

Me ha llegado a través de varios conductos y procedencias y en verdad ignoro si se trata de una actitud generalizada, o de reflejo condicionado, entre las protagonistas –me temo que sí, pero no puedo asegurarlo– o de un chascarrillo fruto de un determinado estado de ánimo de la población española en cuyo acervo popular común (el famoso imaginario) ha tomado cuerpo y carta de naturaleza la historia por aquello de "si no es cierto, está bien traído".

La anécdota es como sigue: en una tienda, al ir a pagar, o entre los arrumacos y corvetas que solemos hacer mujeres y hombres (no se me enojen, pero creo que las féminas más) remoloneando o comentando algo con la dependienta, único momento, en la práctica, en que hay ocasión de intercambiar una palabra con una mujer musulmana de las de cabeza vendada en pañoleta, la celtíbera (vendedora o clienta, pero por lo general mujer, porque los hombres, sobre todo quienes conocemos el percal, omitimos comentario alguno, no nos vayan a soltar un bufido o una coz) se dirige a la mora combinando afectuosidad y cierta pena solidaria y le dice "¡Pobre, vaya calor que estarás pasando!" o "Te será muy incómodo moverte con todo eso encima", en el tono amistoso y confianzudo que los españoles gastamos con quienes estimamos nuestros iguales, o pequeños cómplices ante cualquier situación contraria. No entremos ahora en si deben producirse tales confianzas, incluso entre nosotros: el caso es que se producen y ni siquiera es disculpa que los árabes –en especial, los hombres–, cuando están en su terreno, suelen incurrir con profusión en exclamaciones u opiniones que nadie les ha pedido. No es disculpa.

Ante la observación, la respuesta, invariable y con las mismas palabras en todas las versiones, es siempre la misma: "Pronto lo llevaréis todas", rebasando la mera defensa ante una intromisión y denotando una agresividad y rencor que desmienten cuantas promesas de amor y exaltados votos por la convivencia y el recuerdo de la España de las Tres Culturas manejan jeques, imanes y prebendados varios. A veces, la historieta arrastra una coda, aun más inquietante que la pura salida de tono, cuando la hablante agrega: "Nosotros vinimos en patera, pero vosotros os iréis a nado", con lo cual pasamos ya a un escenario que exige otro tipo de reflexiones.

Insisto en la salvedad del principio: desconozco si realmente ha ocurrido tantas veces como podría colegirse por las ocasiones en que me lo han referido; o si a partir de un caso ha corrido el reguero de pólvora (todos los informantes, incluido algún escritor serio y de muchas campanillas, juran haberlo presenciado); o si entre esas mujeres, irremisiblemente a la defensiva y no por nuestra culpa, cunde una actitud que se resuelve en agresividad, con una contestación, por otro lado, bastante fácil de elaborar.

En estos días, el Real Instituto Elcano ha hecho públicos los resultados de una encuesta sobre la aceptación entre los españoles del mal llamado velo islámico. Con todas las precauciones que cualquier encuesta suscita y viniendo de quien viene (un organismo mangoneado por el Gobierno y a su servicio), queda claro que la opinión de un 61% de la población es contraria al uso de esa prenda en las escuelas por parte de las niñas musulmanas, dato que, aparentemente, choca con otro de la misma encuesta: sólo un 48% se opone a que se enseñe el Corán a los tiernos infantes hispanos "igual que la Biblia". O ésta es una mentira más de celtíberos encuestados o, simplemente, pensaban que si se enseña como la Biblia no hay problema, pues ésta se enseña poco, mal y nunca: ¿cuántos españoles han leído los Evangelios enteros, aunque sólo sea una vez?

Por añadidura, solamente un 39 % se opondría al uso litúrgico musulmán de la Catedral de Córdoba, que fue mezquita, en tanto el 41 % lo admitiría. Bien es cierto que contestar afirmativamente a esa pregunta refuerza la autoestima del preguntado (¡Soy abierto y generoso!), sin coste alguno para él al entregar lo que no es suyo, en tanto la negación implica una actitud restrictiva y poco acorde con el passsando a tope, el dárselas de progre, tan de moda.

Pero volviendo al hiyab, sin meternos en moralinas ni imposiciones a nadie, no más queda resaltar que la mujer que decide (si es que lo decide ella, cada caso será un mundo, pero en líneas generales, no es fácil creerlo) colocarse esa prenda debe ser consciente –sin la menor duda lo es– de que llevarla es cualquier cosa menos un modo de acercarse a los españoles e integrarse en nuestra sociedad, para lo cual sería siempre bienvenida. No perdamos la esperanza ni el optimismo: los terroristas islámicos con sus bombas están despertando a este pueblo tan aficionado a la siesta.

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