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José Antonio Martínez-Abarca

Marina mercante, ahora sí

Marina, que después de aquel ensayo premiado ha hecho muchas veces el mismo libro, es el filósofo de guardia de las cuatro esquinitas tiene mi cama de Zapatero, la cara norte de Suso de Toro, la este de Manolito Rivas y la diagonal de Milikito.

Recuerdo mis tiempos del ABC de Anson, antes de metamorfosearse en estúpida crisálida de Neguri, pancista con el zapaterismo, y transformarse de nuevo, ahora mismo, en lo que curiosamente ya se va pareciendo otra vez a un periódico de centro derecha; hay que reconocer que este último viraje, al que le han obligado los lectores, o la falta de ellos, me tranquiliza más. En aquel entonces el reciente premio Luca de Tena, el poeta y sin embargo subdirector de opinión del diario, José Miguel Santiago Castelo, me decía: "Camilo nos cobra su artículo de forma inmisericorde."

Cela hacía por entonces El color de la mañana, color que tiraba más bien al azul de los billetes gordos pese a que, como escribiera alguna vez Jiménez Losantos, como articulista el premio Nobel estuviera entre lo pasable y lo abominable. En el periódico se decía que la que se encargaba de cobrar de esa forma impía y no sé si también de firmar era la esposa de Cela, Marina Castaño, a la que conocían por "Marina Mercante". Cela, maravilloso escritor en su juventud, hacía a esas alturas de su vida nótulas aún peores que las críticas de cine abecedarias del último Azorín, pero le pegaba unas dentelladas al balance del diario que lo dejaba a buenas noches, a cuenta del ya lejano Nobel.

Bien, pues ahora hay otro Marina por ahí que también vive, y no parece que mal ya que al abrigo de los sociatas nunca se pasa frío, del éxito que tuvo su también lejano Elogio y refutación del ingenio, que en realidad, como libro ingenioso, refutaba su propia refutación. Pareció que había nacido otro Ortega y Gasset, tras la travesía del páramo filosófico que había conducido Julián Marías. Todos los snobs se dispusieron a escuchar su filosofía de tocador, como hicieron las marquesas de Ortega. Si éste decía unas cosas muy raras y escasamente homologables con la libertad, casi tan impresentables como su descripciones poéticas, en algún elogio del Estado que le hemos leído, ahora el otro Marina, tan mercante como aquella de Cela si no más, trata de ser el herr ministro de propaganda y se supone que de la flota del segundo reich socialista.

El señor Marina Mercante niega el derecho de los padres a educar a sus hijos, sacrificio que le correspondería hacer a los que niegan y combaten todos y cada uno de los valores de esos progenitores. ¿Y por qué, señor filósofo mercante, no hacemos como la URSS, donde los padres tampoco tenían nada que decir, y llamamos directamente a los escolandos "pioneros"?

Marina, que después de aquel ensayo premiado ha hecho muchas veces el mismo libro, es el filósofo de guardia de las cuatro esquinitas tiene mi cama de Zapatero, la cara norte de Suso de Toro, la este de Manolito Rivas y la diagonal de Milikito. Dignas compañías para un intelectual clásico del siglo XX que tiene el mismo concepto de la ciudadanía que aquellos campamentos junto al fuego que entonaban el Heili, Hailo en sana camaradería alpina y nombraban a Stalin el "protector de los niños" ante una unanimidad de manecitas aplaudidoras que ya delataban un miedo atroz, imágenes que se han conservado y que aún hoy ponen los pelos de punta.

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