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Fundación Heritage

Presionar a Putin

Bush debería recordar que Rusia respeta el poder. Es hora de que le confirme a su homólogo ruso que eso es algo que Estados Unidos tiene en abundancia.

Ariel Cohen

La reunión entre los presidentes Bush y Putin al margen de la Cumbre del G8 en el balneario costero de Heiligendamm a orillas del Mar Báltico no puede ser un acontecimiento feliz.

Como si de tiburones se tratara, aquellos que en todo el mundo desean el declive de Estados Unidos huelen el olor a sangre en el agua. Afirman fuentes en Moscú que, con la guerra en Irak tan mal, las estimaciones de la inteligencia rusa (de las que Putin es un ávido lector) hablan de un Estados Unidos hundido, aislado e incapaz de mantener una coalición fuerte.

Funcionarios moscovitas rememoran lo que Mijail Gorbachov llamó "la herida sangrante" en Afganistán, donde más de 15.000 soldados rusos murieron en un período de diez años. Están convencidos que Estados Unidos y la OTAN saldrán derrotados de Irak y Afganistán tal como le sucedió a la Unión Soviética. Los rusos afirman jubilosamente: "Ya os lo advertimos."

En abril de 2003, yo estaba en Moscú y oí a Mijail Margelov, presidente del Comité de asuntos exteriores de la Cámara alta del Parlamento ruso, advertir a Estados Unidos sobre Irak. Margelov sabe de lo que habla; ha pasado mucho tiempo en Irak, conocía personalmente a Saddam y enseñó árabe en la academia de la KGB.

El Kremlin considera los resultados de las elecciones de noviembre del Congreso demócrata como un rechazo a la política de Bush, a la que Moscú a menudo llama "unilateral", "agresiva" y, usando un epíteto nos remonta hasta los días de Lenin, "imperialista".

A las élites rusas no les hacen gracia las bases militares de Estados Unidos en Asia Central. El año pasado convencieron a Islam Karímov, el dictador local de Uzbekistán, para que expulsara a las Fuerzas Aéreas norteamericanas de una base aérea del país.

Moscú piensa que la política de la Administración Bush está dirigida contra Rusia, desde el fomento de la democracia apoyando revoluciones tales como la de Ucrania hasta la colocación de una limitada defensa de misiles en Polonia y la República Checa.

La cuestión de fondo es la inseguridad doméstica: si Estados Unidos puede dar aliento a una Revolución Rosa en Tiflis, Georgia, ¿por qué no una Revolución de Vodka y Caviar en Moscú? Las élites temen que la bonanza del petróleo desaparezca de la noche a la mañana y, con ella, sus chalés en la Riviera francesa y sus vacaciones esquiando en Suiza.

Pese a que la Guerra Fría ya llegó a su fin, Estados Unidos ha seguido siendo la obsesión de Rusia, su "principal adversario". Putin ahora critica severamente la política exterior de Estados Unidos en numerosos discursos y entrevistas, como hacían sus predecesores soviéticos. Recientemente anunció que Rusia apuntará sus misiles balísticos otra vez contra Europa, pero culpó directamente a Estados Unidos de convertir el viejo continente en un polvorín y comenzar una nueva Guerra Fría.

De hecho, fue justamente durante la Guerra Fría cuando Putin se ganó los galones como espía en Dresde, Alemania del Este. Era un lugar feliz donde Rusia (por ese entonces aún la Unión Soviética) no sólo era respetada sino temida. Los servicios de inteligencia y los militares conseguían la mayor tajada de la tarta presupuestaria. Los disidentes estaban en campos de concentración, no en los parlamentos. Si Rusia entra en el túnel del tiempo y vuelve al pasado, éste será el "Gran Salto hacia atrás" de Putin.

Sería bueno que Bush tuviera esto en cuenta. Después de un paréntesis de veinte años, Rusia está forzando su regreso a la escena mundial en el papel de antagonista. Está reuniendo una coalición de lunáticos y chiflados que incluyen a Caracas y Teherán.

Bush debe diseñar mejores estrategias para hacerle frente a este nuevo/antiguo desafío geopolítico ruso en Eurasia y allende sus fronteras. Si perciben debilidad en Estados Unidos, Rusia podría seguir intimidando a sus vecinos y apoyando a rufianes.

Las estrategias estadounidenses deberían incluir los sólidos componentes del palo y la zanahoria y no limitarse sólo a la retórica. Hasta el momento, el presidente Bush le ha regalado una gran zanahoria a Putin: una visita a la residencia veraniega de su padre en Kennebunkport, algo sin precedentes incluso para los más estrechos aliados de Estados Unidos. También puede que necesite recordarle a Putin que son los islamistas y, a largo plazo, los chinos quienes podrían tener planes para el territorio de Rusia e incluso amenazar su supervivencia. Bush debería ofrecer a Putin una opción realista para salvar las relaciones con Estados Unidos y evitar que surja una nueva Guerra Fría.

A fin de cuentas, Bush debería recordar que Rusia respeta el poder. Es hora de que le confirme a su homólogo ruso que eso es algo que Estados Unidos tiene en abundancia.

Ariel Cohen es Doctor en Filosofía e investigador de la Fundación Heritage.

©2007 The Heritage Foundation
* Traducido por Miryam Lindberg

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