Después de que todos los sondeos y los resultados de la primera vuelta augurasen una victoria tan amplia de la UMP como para copar más de cuatrocientos de los 577 escaños de la Asamblea de Francia, un éxito como el obtenido por el partido de Sarkozy tiene un sabor levemente amargo. Ha sido una mayoría absoluta clara, pero mucho menor de lo que se preveía. Además, la promesa de que deberían dimitir los ministros que no obtuvieran el respaldo electoral en su circunscripción se ha llevado por delante a Alain Juppé, el encargado de Medio Ambiente y número dos del Ejecutivo, y obligará a una reestructuración del gabinete.
La única explicación se encuentra en la medida que se ha convertido en el eje de la campaña durante la semana transcurrida entre la primera y la segunda vuelta. El Gobierno del primer ministro Fillon anunció que las rebajas de impuestos no serían acompañadas de una correspondiente reducción del gasto público, sino de un aumento del IVA. Así pues, la prometida medida liberal se transformará en un mero cambio técnico que beneficiará a las empresas francesas, muy castigadas por la esclerotizada legislación del país y la competencia del resto del mundo, pero perjudicará a los consumidores.
Los electores franceses votaron a Sarkozy para cambiar el maltrecho rumbo de su país. Sus promesas de reforma hicieron llenar las urnas con votos a su favor y prometían hacerlo de nuevo en estas elecciones legislativas. Una mayoría absoluta tan amplia debería permitirle afrontar los cambios que prometió, pero este leve descenso en el apoyo de su electorado tendría que hacerle recapacitar. Para Francia no es el momento de las medias tintas y las reformas "técnicas", sino de una revolución liberal que vuelva a colocar al país galo entre las economías que más crecen en Europa. En los próximos meses veremos el camino por el que finalmente opta el presidente Sarkozy.

