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Saúl Pérez Lozano

Carne de Cañón

Para estos llamados revolucionarios, la presencia de un pueblo en la calle es señal de desestabilización. No entienden que ese fervor juvenil, de joven savia, clama a gritos por democracia, por libertad, por la paz.

El hombre que desafía el imperio perverso y para enfrentarlo adquirió un montón de armamento y aviones rusos, invirtió millardos de dólares que pudo emplearlos mejor para paliar las carencias de millones de venezolanos, en su discurso habitualmente descalificador y soez advirtió a decenas de miles de estudiantes universitarios que participan en manifestaciones que los considera “carne de cañón” de la “oligarquía”.
 
Siempre fatalista, intenta intimidar a los jóvenes con los cañones, porque para Hugo Chávez su vida la circunscribe a la jerga militar: muerte, cañones, rodilla en tierra, magnicidio, sangre, conspiración... ¿Y quiénes en tienen Venezuela cañones, señor Chávez? Pues los militares. O sea, que pretende usar los cañones de la Fuerza Armada Nacional si los jóvenes en su protesta pasan la raya del autócrata.
 
Si el presidente Chávez pensó que amilanaría la voluntad estudiantil, el tiro le salió por la culata, porque los que reclaman sus derechos, libertad, libertad de expresión, autonomía universitaria, fin a la división entre los venezolanos, reaccionan con dignidad e hidalguía, sin dobleces, y con su comportamiento cívico, sin armas, se hacen savia de vida, fresca y hermosa. Los muchachos sí que están enfrentando de verdad una “guerra asimétrica” y no la fantasiosa que sólo alienta la mente del presidente Chávez contra el “imperialismo”.
 
Lo cierto es que el presidente Chávez y sus alabarderos han quedado desconcertados desde el 28 de mayo, tras el cierre de RCTV, la chispa que incendió la pradera. Los estudiantes, lejos de desanimarse o atemorizarse, soportan estoicamente los embates de la Guardia Nacional, policías y grupos irregulares armados. Por el contrario, la protesta cívica se ha fortalecido, sumándose a ella los miles que se lanzan a la calle u ondean la bandera nacional desde sus viviendas en muestra de apoyo. Están demostrando estos jóvenes que la bota militar áspera y repulsiva, hecha para aplastar cucarachas y reptiles, no podrá con mentes jóvenes, conciencias frescas en la reclamación y exigencia de sus derechos.
 
Algo huele mal en Dinamarca, pues en los últimos días, el Chávez agresor, guapetón y pendenciero de barrio ha sido en cierto modo amable con los periodistas extranjeros. En una conferencia de prensa no era el hombre rabioso y exaltado. No ha podido ocultar, sin embargo, el malestar que le han provocado los jóvenes, los venezolanos del futuro, que no quieren un país rígidamente uniformado, socialismo ni un mandante vitalicio. Ellos aspiran al progreso, a la igualdad hacia arriba, a la tecnificación y creen en la confraternidad y camaradería que personaliza a los venezolanos, sin odios.
 
A estos jóvenes Chávez, un resentido, no los ve con buenos ojos ni entiende la hermosura y templanza de su movimiento espontáneo, esperanzador, él y sus badulaques no conocen la tolerancia, ni el disenso, los devoran como pirañas la intolerancia, el odio, el resentimiento. Y es lo que pretenden inyectarle a este pueblo noble.
 
Qué diferencia estas manifestaciones estudiantiles a las que protagonizaban muchos de los hoy mandantes siendo estudiantes. Disparaban armas de fuego, saqueaban y quemaban vehículos, y no fueron pocos los policías que dejaron discapacitados para el resto de sus vidas.
 
No le es fácil al militarismo –socialista, nacionalsocialista, nacionalista, populista– entender la paz estampada en manos blancas inermes de jóvenes, enfrentando armas, gases tóxicos, botas y cascos, con dignidad y nobleza, en espera de retomar el abrazo de todos los venezolanos. Para estos llamados revolucionarios, la presencia de un pueblo en la calle es señal de desestabilización. No entienden que ese fervor juvenil, de joven savia, clama a gritos por democracia, por libertad, por la paz.

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