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Fundación Heritage

¿Cuán bajo se puede caer?

Ninguno de los dos partidos cuenta con la confianza del pueblo. Tal y como están funcionando las cosas, probablemente el Congreso seguirá jugando al limbo e incluso caerá aún más bajo

Ernest Istook

Cuando era niño, me encantaba jugar al limbo, que consistía en poner una barra lo más bajo posible y después pasar bailando por debajo de ella sin derribarla. Estos días, los legisladores están jugando también al limbo, pero no para divertirse. Las más recientes encuestas de Gallup muestran que sólo el 14% de norteamericanos aprueban la labor que está desempeñando el Congreso de Estados Unidos. Es su punto más bajo desde que se mide, "superando" el punto más bajo alcanzado anteriormente (18%) justo antes de las elecciones de 1994 que echaron del poder a los demócratas y dieron paso a una mayoría republicana que duró doce años.

¿Por qué la gente del Capitolio es tan impopular? Entre otras cosas, el Congreso no ha aprendido que no debería meterse con las fuerzas armadas de Estados Unidos. Los líderes demócratas están impulsando grandes iniciativas desde hace algún tiempo para sacar a las tropas de Irak, pese a que los norteamericanos se saben que el trabajo de las tropas todavía no ha concluido. Eso enfrenta a la nueva mayoría congresista directamente contra el grupo más respetado por el pueblo: nuestros hombres y mujeres en uniforme. Nuestros militares son 5 veces más populares que el Congreso, contando con la opinión favorable de un 69% del país.

También merece la pena observar que los más fuertes apoyos al nuevo Congreso vinieron siempre de la extrema izquierda. Eran votantes motivados en el 2006, pero se decepcionaron rápidamente cuando "su" Congreso no trajo inmediatamente de vuelta a casa a las tropas en Irak.

Mientras que la nueva mayoría del Congreso intentó ganarse un amplio apoyo, aprobando una serie de medidas populistas "en las primeras 100 horas" de su acceso al poder, la extrema izquierda lo que quería era mantener la mira puesta en el debate sobre Irak. Su línea dura marcada por el "Traigan a las tropas de vuelta ahora" disgustó a buena parte del resto del país, reviviendo recuerdos del movimiento pacifista de los años 60, aquella época en la que todos trataron de jugar al limbo.

Una vez que los líderes demócratas finalmente claudicaron en la lucha por la retirada de Irak –por el momento, en todo caso– el apoyo que le daba la izquierda también se derrumbó. Por eso la senadora Hillary Clinton y la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, fueron abucheadas recientemente por multitudes progresistas.

Apelar a los extremistas es una espada de doble filo para los políticos. La extrema izquierda no estará satisfecha si no salimos corriendo por completo de Irak, si no hay enormes aumentos en el gasto federal, impuestos más altos, amnistía para los extranjeros ilegales y una agenda medioambiental extrema, que destruya la creación de empleo. Con todo, cuando el Congreso accede a estas exigencias –por ejemplo, proponiendo dramáticos aumentos del gasto– los legisladores han de encajar un golpe entre los ojos propinado por el resto del país.

Los miembros republicanos de la Cámara de Representantes están intentando recuperar su credibilidad como conservadores fiscales prometiendo respaldar los vetos presidenciales contra el gasto excesivo. Pero después de años de promesas rotas sobre el gasto por parte de la (anterior) mayoría republicana, los votantes seguirán siendo escépticos hasta que vean algo de acción real: vetos presidenciales y votos que los respalden.

En pocas palabras, cuando el Congreso vira hacia la izquierda, automáticamente pierde el respaldo de la mayoría de un país que aún se inclina por lo conservador. Pero, cuando intenta virar de vuelta hacia la derecha, esa maniobra tardía y generalmente de medio pelo no logra apaciguar a los conservadores, al mismo tiempo que encoleriza a los progres.

Y luego está la ley de inmigración. En mayo, los legisladores intentaron colar como fuere una mala ley en el Senado con un debate mínimo. Un puñado de senadores logró paralizar la votación, pero ese revés sólo sirvió para impulsar una iniciativa para cambiar de estrategia. Pronto vimos cómo regresaba una ley similar, aunque esta vez los legisladores intentaron explicar que pondrían el énfasis en el cumplimiento de la ley por encima de las medidas de amnistía.

Sin embargo, no lograron engañar al pueblo. La ciudadanía sabía que el meollo de la nueva versión seguía siendo la vergonzosa amnistía y se preguntaba por qué importantes líderes del Senado siguieron presionando con tanto ímpetu a favor de una ley que, como demuestran las encuestas, despertaba el rechazo de la mayoría de los norteamericanos.

En este tema, el Congreso perdió popularidad, no sólo por el contenido de la ley de inmigración sino por el procedimiento usado para vendérselo con engaños al pueblo. Primero, un grupo de senadores evadió el proceso regular del comité para hacer aprobar la ley de cualquier forma. Entonces, otro grupo distinto de senadores utilizó rebuscadas maniobras parlamentarias para acabar con ella. Los norteamericanos culpan al Congreso de usar un mal procedimiento que generó una ley impopular.

Los que tienen sentido común quieren una ley que aumente la seguridad a través de una mejorada aplicación de las leyes y que se establezca una inmigración legal razonable sin conceder amnistía. Incluso si los legisladores aún no pueden ponerse de acuerdo sobre la suerte de los 12 millones que ya están ilegalmente en el país, esa no es ninguna excusa para posponer las reformas que son incuestionablemente necesarias. No todas las leyes tienen necesariamente que ser "integrales".

Al venir pisándole los talones a las votaciones a favor y en contra de la retirada de Irak y el consiguiente desencanto de la izquierda, el tema de la inmigración ha conseguido que el nivel de aprobación del Congreso baje mucho más al sur que la frontera con México. No espere que ese nivel repunte en un futuro próximo.

La mayoría en Estados Unidos desea unos líderes con principios y que se inclinen por lo conservador. Cuando los republicanos dejaron de regirse por sus principios conservadores, perdieron su mayoría. Pero cuando la gente votó por el cambio, estaba pidiendo un Gobierno de principios, no un liderazgo progre. Ahora que los votantes se ven frente a un liderazgo progre que nunca desearon, otorgan al Congreso su nivel más bajo de aprobación en la historia.

En la actualidad, ninguno de los dos partidos cuenta con la confianza del pueblo. Tal y como están funcionando las cosas, probablemente el Congreso seguirá jugando al limbo e incluso caerá aún más bajo, a menos que sus miembros comiencen a escuchar la voluntad del pueblo... y a actuar en consecuencia.

©2007 The Heritage Foundation
* Traducido por Miryam Lindberg

Ernest Istook, ex congresista de Estados Unidos, sirvió en el Comité Selecto sobre Seguridad del Territorio Nacional y es un distinguido miembro de la Fundación Heritage.

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