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José Antonio Martínez-Abarca

Losantos, leyenda urbana

A Jiménez Losantos muchos juran haberlo visto en cinco callejones oscuros distintos a la misma hora estrangulando a una pobre ancianita.

Con Federico Jiménez Losantos está ocurriendo como con las leyendas urbanas. Se empieza viendo desaparecer una lagartija por el sumidero del baño y se termina asegurando que las alcantarillas de la metrópoli están infestadas de cocodrilos gigantes que devoran a los sin techo. Realmente, el éxito de Losantos en La Mañana de la COPE va más allá de los que en efecto enchufan el dial, como se demuestra cuando todos dicen haberle escuchado cosas que jamás pronunció siguiendo el curso de sus deseos y temores más íntimos y subrepticios.

No otro es el itinerario que siguen los mitos. A Billy el Niño le atribuían tantos homicidios que se hubiese hecho abuelo contando sólo con el tiempo necesario para apretar tantas veces el gatillo. A Jiménez Losantos muchos juran haberlo visto en cinco callejones oscuros distintos a la misma hora estrangulando a una pobre ancianita. El mito no hace sino adquirir enormes proporciones, y Federico hoy no es un hombre ni un nombre, sino una psicosis colectiva, como la del hombre del Saco o la del tío Saín (quien chupaba el tuétano de los críos que no dormían), que se extiende entre esos lectores de un único periódico que dan crédito a consejas de viejas.

Porque el consejero delegado del grupo Prisa, Juan Luis Cebrián, a quien Jaime Campmany me aseguraba haberlo llamado "Janlí" alguna de las veces en que lo tuvo en sus rodillas, ha pasado de escribir novelas de intriga y destape a recoger testimonios del rico folklore local sobre alguien al que (y hablamos de Jiménez Losantos) no le gustaría que lo condenaran los tribunales por lo que ha dicho, sino por lo que Cebrián ordena que se ha escuchado. Pero no se puede condenar al producto de un miedo cerval basándose en los mitos que corren por ahí.

El derecho a la libertad de expresión no puede ser ilimitado, clama Cebrián desde las páginas de su periódico que, ahora que se ha muerto el "don", es más suyo que nunca. Si fuera por el consejero delegado, a quien se le ha puesto una cara de millonario que espanta, se debería poder callar a los que no le gustan sólo con la presunción de lo que quisieron decir, de las ancianitas que cuentan que han estrangulado y los callejones oscuros donde han sido vistos. Cebrián se ha tomado demasiado en serio lo que aprende en las sociedades secretas de altos vuelos.

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