Las neuronas nacionalistas
Son los amantes del adoctrinamiento y la uniformidad, del pensamiento y sentir únicos, como los nacionalistas.
La marcha de Imaz por la presión de los soberanistas del PNV descubre no sólo la perturbación cotidiana del mundo nacionalista, sino la intoxicación que padecemos por el mal uso de los conceptos "progresista" y "conservador".
Hace unos días, el diario El Mundo publicaba lo que llamó un "hallazgo neurológico", un "primer paso –decía el articulista– hacia una nueva forma de analizar la política". El neurólogo en cuestión había dividido al género humano, con osadía, en "progresistas" y "conservadores". Y, tras someter a 43 voluntarios a estímulos varios, sentenciaba que la corteza anterior singular del cerebro del progresista le predisponía a abandonar viejos hábitos y a adoptar cambios. El "conservador" se resistía.
Aparte de la confusión, evidente, entre emociones, valores, principios políticos, tendencias, momentos históricos, circunstancias personales, temporales y geográficas, el hallazgo neurológico olvidaba algo que las pobres 43 cobayas estadounidenses desconocen: el nacionalismo étnico-lingüístico, excluyente y carca que recorre algunas regiones europeas, entre las cuales hay algunas españolas.
De esta manera, el "hallazgo" para analizar la política deja demasiadas cosas sin resolver. Por ejemplo: ¿los nacionalistas son progresistas o conservadores? Es difícil, incluso para la neurología, argumentar que una ideología que crea fronteras, elimina derechos, que excluye a los diferentes y que pretende volver a una inventada Edad de Oro étnica, puede ser "progresista". A no ser que aceptemos "cambio" como sinónimo de "progreso", y creamos, con ingenuidad o ignorancia, que toda modificación es un adelanto.
Los ejemplos nacionalistas en este sentido son palmarios. El nuevo Estatuto de Cataluña es un cambio que no supone una mejor gestión del dinero y servicios públicos, o una ampliación y garantía de los derechos del ciudadano catalán. La independencia del País Vasco tampoco supondría un crecimiento exponencial de su riqueza ni un aumento de las libertades individuales, sino el establecimiento en Europa de un totalitarismo nacionalista. Cambio y progreso no van, como se ve, inevitablemente unidos.
Quizá a lo que se refería el neurólogo no era a "progresista", sino a "progre". Con esta distinción limpiaríamos un concepto tan maltratado como el de "progresista", y ajustaríamos más el discurso político. El "progre" es lo más parecido a lo que acertadamente sistematizó Horacio Vázquez Rial: la izquierda reaccionaria. Hablamos de esa izquierda que recorta libertades en pos del igualitarismo, que desprecia el equilibrio presupuestario y el mercado, que apoya a las dictaduras antiamericanas, al indigenismo, al islamismo y a los antiglobalización, o que justifica el terrorismo por la pobreza. Son los amantes del adoctrinamiento y la uniformidad, del pensamiento y sentir únicos, como los nacionalistas.
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