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Amando de Miguel

De los errores también se aprende

Lo que queda claro, en cualquier caso, es que no se trata de una estrella del cielo, pues por aquella época no disponían de telescopios y, por lo tanto, no podían saber que las estrellas del cielo tienen cinco puntas.

Antonio Varela (Vigo) me envía “un cariñoso tirón de orejas” a propósito de la consideración de “anagrama” que daba yo a los siglas AVE (= Alta Velocidad Española). Don Antonio precisa que “se trata de un logotipo (tipo de letra que define la imagen de una marca) y no de un anagrama, que es la imagen de una marca sin letra”. Acepto la reprimenda cariñosa, pero creo que mi afirmación era correcta. Dice el Diccionario de Seco que anagrama es el “emblema constituido por letras” y, más raramente, equivale a “sigla”. En el mismo lexicón, logotipo es el “símbolo gráfico que sirve de emblema a una organización, una empresa o una campaña publicitaria”. Luego no tiene razón don Antonio. El AVE es un anagrama, aunque suele acompañarse de la silueta de un ave, por lo que se convierte en un logotipo. Pero la expresión AVE es un anagrama en toda regla.

José María Rosel Merinó arguye que la cita que yo atribuía a San Ignacio de Loyola (“en tiempo de desolación nunca hacer mudanza”) es de Santa Teresa de Jesús.  Pues así es el famoso consejo, contenido en los Ejercicios Espirituales de San Ignacio.

Hugh Banyeres –siempre tan meticuloso– observa que yo utilizo el término (inventado) de glotomaquia, cuando sería mejor glosomaquia. Creo que tiene razón don Hugh. Entiendo que los dos prefijos gloto y gloso significan lo referente a la lengua. Por eso glotología (= lingüística) y glosolalia (= don de lenguas). Pero tiene razón don Hugh, es mejor glosomaquia (= guerra de lenguas).

Manuel Caridad (Rabat, Marruecos) apunta lo que acaba de oír por la radio: “El cáncer de pecho se puede prever dando de mamar a los hijos”. Es evidente que el comentarista quiso decir prevenir (= prepararse para evitar un mal posible), y no prever (= anticipar el futuro). Menos mal que no dijo lo de preveer (no significa nada), que tanto se estila por lo enfático que resulta. Quizá se contagie de proveer (= aprovisionarse).

Rafael Palacios Velasco se queja de ese error tan general que concede existencia al verbo preveer, incluso con el horrísono gerundio de preveyendo. No es una anécdota. Don Rafael detecta una general ignorancia ortográfica en los estudiantes de Empresariales, de la que participan algunos profesores. Certifico que la laxitud ortográfica la he visto también en el campo de las ciencias sociales por el que transito. He visto abundantes faltas de ortografía en los exámenes de los estudiantes y en los escritos de los doctorandos y los profesores. El lamento de don Rafael se extiende a esos títulos de libros que introducen un gerundio. Tiene razón. Claro que lo del abuso del gerundio no es la única manía anglicana que nos acecha.

Jesús Laínz, en una visita a unas famosas cuevas de Cantabria, anota esta explicación de la guía:

Aquí en esta pared de la izquierda observarán, junto a otros signos y dibujos, una estrella de cinco puntas, lo que sin duda les habrá llamado la atención. Pero probablemente se trate de una estrella de mar, pues los pintores paleolíticos, como estamos viendo, representaban sobre todo las piezas que cazaban para comer. Lo que queda claro, en cualquier caso, es que no se trata de una estrella del cielo, pues por aquella época no disponían de telescopios y, por lo tanto, no podían saber que las estrellas del cielo tienen cinco puntas.

Agustín Argüello García me señala, con acierto, que la paradoja de la plaza de Oriente es “por su posición relativa al Palacio Real” y no al plano del Madrid clásico. Pero las paradojas no terminan ahí. Durante un siglo se llamó Estación del Norte a la que estaba en el Oeste del plano madrileño. La famosa Puerta del Sol se llama así porque en ella estaba una de las puertas de la primitiva muralla, la que daba al Este y recibía los primeros rayos del Sol. Esas referencias ya no existen. Claro que sería bien tonto cambiar el nombre de la Puerta del Sol o el de la plaza de Oriente.

Antonio Fábregues ha oído decir a un contertulio de la radio: “Veamos a ver qué pasa”. El oído de don Antonio le aconseja estas otras dos fórmulas: “Vamos a ver qué pasa” o “veamos qué pasa”. Una observación muy en su punto. En descargo del contertulio en cuestión digo que el carácter espontáneo de las tertulias lleva a cometer muchos errorcillos de sintaxis. Menos mal que se compensan con el refinamiento de algunos oyentes.

Álvaro Vivar (Madrid), siempre tan sagaz, analiza este eslogan de una filial de El Corte Inglés: “BriCor, patrocinador oficial de tus proyectos de bricolaje”. Don Álvaro imagina que lo de “patrocinador” significa que “ellos ponen el dinero para mis proyectos de bricolaje”. Añado que lo de “oficial” induce todavía a más confusión. ¿Es que no podemos comprar en otras tiendas? Decididamente, se trata de un eslogan bastante desgraciado. Por cierto, observo que la reciente publicidad de El Corte Inglés da un tono más bien vulgar; contrasta con la tendencia pasada de una publicidad elegante.

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