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José Antonio Martínez-Abarca

Vecino gorrón

Sé que resulta difícil de comprender, sobre todo entre cierta diplomacia española vinculada al PSOE, pero es que, en general, en los países civilizados pasa que la soberanía pertenece al pueblo de esos países, no al pueblo algo menos soberano de al lado

Siempre es una buena noticia que el Rey Juan Carlos de España visite España, pero no debería ser noticia, al menos en la propia España. La noticia es que sea un país extranjero, Marruecos, el que se interese sobre qué partes del país vecino visita el monarca. El Rey don Juan Carlos en Ceuta y en Melilla forma parte de la normalidad más absoluta e incluso aburrida. El que a Marruecos le parezca mal algo que no le concierne, aparte de no ser normal, no tiene ninguna importancia.

Cuando el presidente de los Estados Unidos hace un viaje oficial al estado de Luisiana no da cuenta de sus movimientos a los herederos del absolutismo francés, ni cuando se pasa por California informa de su itinerario ni pide el parecer a los priores de las órdenes que construyeron las misiones españolas. Porque resulta algo increíble: los Estados Unidos pertenecen a los Estados Unidos, son libres y soberanos de visitarse entre ellos como les plazca sin que les interese cómo cae eso en México, por ejemplo. Sé que resulta difícil de comprender, sobre todo entre cierta diplomacia española vinculada al PSOE, pero es que, en general, en los países civilizados pasa que la soberanía pertenece al pueblo de esos países, no al pueblo algo menos soberano de al lado ni menos a la opinión del, éste sí, soberanísimo descendiente del Profeta.

El dictador marroquí tiene perfecto derecho, por contra, a llamar a consultas a su embajador en Madrid las veces que crea conveniente. Como si decreta la consulta vitalicia y le pone un chalé en Rabat, al embajador. Es curiosa la hipocresía de la carrera diplomática: le dicen "llamar a consultas" cuando no hay nada que consultar con el consultado, sino que la única consulta que interesa es el parecer del consultante. Como aquel Consejo de Estado en tiempos de Franco, que se reunía para escuchar consejos del aconsejado. El dictador marroquí puede hacer lo que quiera con sus embajadores, como Stalin hacía con sus intérpretes ("no se preocupe por lo que hablamos, el intérprete ha sido fusilado al amanecer", le escribió a Churchill), pero no tiene por qué dar órdenes al Rey del vecino país sobre lo que tiene que hacer con el país del otro. Nosotros no nos metemos con qué ambientes le gusta frecuentar al hijo de Hassan II. Es muy dueño. Pero no es dueño de todo. En Ceuta y en Melilla, normalidad institucional. El Rey Juan Carlos, en su sitio. En su país y bajo su bandera. El hijo de su "primo" puede perder el tiempo como tenga a bien, a condición de no dar mucho la brasa. Como vecino, no tiene por qué estar todos los días importunando y pidiéndonos tacitas de azúcar gorronas, porque se hace algo pesado. Y al embajador de Marruecos en Madrid no creo lo eche de menos nadie.

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