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Fundación Heritage

Cambiando Oriente Próximo

Huckabee ha hablado de la arrogancia de la administración Bush y el ex gobernador de Massachusetts Mitt Romney ha dicho que la democracia no se puede exportar por medios militares.

Por Helle Dale

¿Cuántas veces hemos oído y cuántas veces más oiremos de nuevo antes de noviembre, que las elecciones de Estados Unidos tienen que ver con el cambio? Debido a la retórica de campaña del senador Barack Obama, los votantes supuestamente quieren cambio, cualquier clase de cambio. Claro que la ironía de la política americana es que los políticos tienden a presentarse justamente en una plataforma así para después ser identificado como parte del statu quo casi desde el momento que asumen el cargo. Tal es la pesada carga del gobierno federal, cuyo curso es más lento que el de un portaaviones de Estados Unidos.

En política exterior, donde los acontecimientos externos suelen impulsar la agenda, el cambio puede ser extremadamente difícil de llevar a cabo. ¿Cuánta diferencia marcará para el mundo quién esté en la Casa Blanca? La senadora Hillary Clinton ha hecho mofa de la inexperiencia de Barack Obama y si miramos la crisis cubana de los misiles durante el mandato de John F. Kennedy o la invasión soviética de Afganistán con Jimmy Carter, la percibida inexperiencia de un líder americano ciertamente puede dar alas a luchas de poder a nivel internacional. 

En algunas áreas de política exterior habrá una diferencia enorme entre un demócrata y un republicano en la Casa Blanca; en otras áreas no se producirá gran cambio. Irak no ha dominado la campaña tanto como se podría haber esperado, principalmente debido al la implantación de una estrategia militar acertada que en palabras del Washington Post –un periódico que puede encontrar un negro nubarrón en todo cielo despejado– ha dejado a los trabajadores iraquíes de los cementerios en busca de nuevos empleos.

Aquí el senador John McCain ha llevado la carga más pesada por el apoyo al presidente Bush y a nuestras tropas. Sin embargo, con la excepción notable del senador Ron Paul, las líneas del partido dictan la posición de los candidatos. Los republicanos siguen respaldando sólidamente la estrategia de Bush. Los demócratas quieren irse, aunque si llegan al cargo, ese deseo será difícil de cumplir, ya que las inevitables consecuencias se harían notar de forma terriblemente evidente. Por lo menos hasta ayer, Irán no ha sido gran tema de debate, pero aquí el ex alcalde Rudolph Giuliani ha adoptado la posición más dura, acusando a los demócratas de estar “en estado de negación” sobre las ambiciones nucleares y el considerable progreso de Irán hasta la fecha.

La mayoría de candidatos ha tenido algo que decir sobre Iberoamérica. Por supuesto, son archiconocidas las declaraciones de Obama indicando que se reuniría encantado con Fidel Castro, Kim Jong-il y Hugo Chávez. Pocos están dispuestos a llegar tan lejos, pero los candidatos democrátas, como los senadores Clinton y John Edwards, han culpado a la política de la administración Bush de “estar desinteresada” o de “andar de bravucón” arrojando a los iberoamericanos en brazos de Chávez. Los republicanos, en su mayoría, siguen apoyando la política de Bush y no muestran ninguna señal de querer cambiar la línea dura de la administración Bush en Cuba y Venezuela.

Otra área donde no es de sorprender que surjan marcadas diferencias es la del multilateralismo. Los republicanos mantienen una firme posición contra el Tratado del Derecho del Mar que, como ha dicho el gobernador Mike Huckabee, “pondría en peligro nuestra seguridad nacional y nuestros intereses económicos”. Aunque la mayoría de los candidatos en ambos bandos ha hablado sobre la necesidad de respeto internacional, liderazgo y aliados, los demócratas casi por instinto tienden hacia el vocabulario del multilateralismo cada vez que pueden.

En palabras de Edwards, “solucionaremos los problemas del mundo con el resto del mundo de forma multilateral, haciendo coaliciones, porque ésa es la manera más eficaz de forjar respeto por los Estados Unidos”. En la difícil cuestión, que ha sido un reto para la administración de Bush, sobre la mejor forma de promover la democracia, todos los candidatos le han rendido un cierto reconocimiento. Los candidatos democrátas, por lo menos, hacen el paripé y no se mofan de la idea, como algunos de los críticos de la administración Bush han hecho. Pero hay mucha cautela en el ambiente. Huckabee ha hablado de la arrogancia de la administración Bush y el ex gobernador de Massachusetts Mitt Romney ha dicho que la democracia no se puede exportar por medios militares. Giuliani habla de fomentar la democracia y la libertad como proyectos a muy largo plazo.

Bush visita esta semana Oriente Próximo, el punto focal de su agenda de cambio democrático y libertad. Aunque la lógica de Bush en la selección de objetivo es impecable –las democracias no libran guerras, ergo un Oriente Próximo democrático será pacífico–, resulta difícilmente realista pretender conseguirlo dentro del marco de tiempo de un mandato presidencial norteamericano. Cambiar Oriente Próximo ha resultado ser incluso más difícil que cambiar la cultura política de Washington. Bush ha dicho que ésta será “labor de generaciones”, pero ¿seguirá su sucesor promoviendo esta causa?

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