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EDITORIAL

El PP, por fin, se da por aludido

Es necesario que el PP se dé por aludido y pase a defenderse, pues esta acometida disparatada y sectaria no cesa ni tiene visos de cesar.

El así llamado "mundo de la cultura" es desde hace bastantes años feudo de la izquierda más ultramontana y desquiciada. Parece que los artistas, especialmente los actores, por el mero hecho de serlo han de adscribirse de oficio a una opción política determinada que siempre e inevitablemente pasa por el socialismo o, en el peor de los casos, por el comunismo en todas sus variantes liberticidas. Esta disfunción y este absurdo en gente que debería amar la libertad y la individualidad por encima de cualquier otra cosa es algo a lo que ya estamos acostumbrados y que, lamentablemente, no sólo se da en España.

Lo que sí es privativo de nuestro país y de, curiosamente, ciertas repúblicas populares como la cubana o la venezolana, es la unidad y disciplina con la que este grupo actúa. En política son, sospechosamente, una sola voz y ay del que desafíe las directrices o decida ir por libre. Los más activos, comprometidos al máximo con la causa, se encargan de difundir los eslóganes y apadrinar las campañas. Este grupo de vanguardia, acaudillado por la familia Bardem y sus acólitos, marca la línea a seguir por el resto de la profesión que calla, otorga y apenas se significa estampando su firma en alguno de los manifiestos que los "artistas e intelectuales" ofrecen a través de los periódicos.

Con todo, lo que hace especial en España a esta casta de autoarrogados "defensores de la libertad y la democracia" no es su perfecta sincronización con la agenda política de los partidos de izquierda, sino el enemigo que, a modo de diana, es objeto de todos sus vilipendios e insidias. No se trata de un sistema político o de una causa justa sino de un partido, el Popular, que es el espantajo sobre el que descargan toda su ira.

Durante la planificadísima campaña de desestabilización que sucedió al hundimiento del Prestige se erigieron como portavoces de la ciudadanía culpando al Gobierno de entonces de todos los males ecológicos habidos y por haber. Una maquinaria parecida, pero corregida y aumentada, pusieron en marcha cuando, a miles de kilómetros de aquí, George Bush decidió declarar la guerra a Saddam Hussein. La campaña electoral de 2004 y su trágico remate fue otra puesta en escena soberbia de rebeldía perfectamente calculada para culpar al Gobierno Aznar de los muertos en Irak y de los atentados de Atocha.

Conseguido el objetivo de poner a un político amigo en la presidencia, todos sus desvelos se han ido en defender al inquilino de la Moncloa, que derrocha a placer en subvenciones y dádivas para todo tipo de chiringuitos presuntamente culturales. Se han mostrado abiertamente a favor de todas y cada una de las decisiones que Zapatero ha tomado en los últimos años; desde la legalización del matrimonio homosexual hasta el apoyo incondicional al proceso de negociación con la ETA. Tanto servilismo con el poder no ha sido, a pesar de todo, suficiente. Siguiendo la máxima de que el enemigo de mis amigos es mi enemigo han perseverado en su campaña contra el PP, partido ya despojado de las responsabilidades de Gobierno y aislado en las cámaras mediante una alianza de todos los partidos que, no tan casualmente, fue rebautizada por los artistas como "cordón sanitario".

Ante una enemistad tan evidente como irracional, los responsables del PP han pasado varios años tratando de contemporaneizar en la esperanza de que, más tarde o más temprano, los artistas terminarían perdonándoles su "pecado original", que no es otro que pensar y opinar diferente que el politburó artístico. No ha sido así. Con periodicidad fija los representantes del frente cultural del Gobierno han seguido atacando y poniendo en duda la legitimidad del segundo partido más votado de España y del primero en número de afiliados. La voluntad de aniquilar al contrario no ha venido, pues, del PP sino de estos líderes oficiosos de la izquierda cuyo objetivo último es, como bien apuntó Alberto San Juan tras recibir el premio Goya, la disolución de todo lo que les lleva la contraria, ya sea la Conferencia Episcopal o el propio Partido Popular, cuya ilegalización se ha pedido machaconamente desde la izquierda radical.

Para esta batalla no han escatimado invectivas y los populares han pasado de pretender un golpe de estado en la fecunda imaginación de Pedro Almodóvar a ser, simple y llanamente, enemigos del pueblo, socorrida muletilla que los peores genocidas del siglo pasado aplicaban a la víctima que tocaba purgar. Es por ello bueno y necesario que el PP se dé por aludido y pase a defenderse, pues esta acometida disparatada y sectaria no cesa y, lo que es peor, no tiene visos de cesar.

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