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Juan Carlos Girauta

Impecable Aznar

O se respeta a los mejores dirigentes, se cuida a los votantes y se transmiten mensajes claros, o bien se incurre en traición, se pierde electorado con estrategias estúpidas y se pierden las elecciones con una mano tendida que nadie va a estrechar.

Después de haberle pedido esto públicamente, es obligado darle las gracias a Aznar. No se ha dejado exhibir como una interesante ruina; en realidad, su aspecto es más joven y enérgico, su estilo más elocuente y vigoroso que el de cualquiera otro orador, y da risa pensar en él como el pasado y en Rajoy como el futuro. También ha expresado las cuatro opiniones necesarias, y alguna más, sobre el hoy ardiente y apremiante. Sigue teniendo la madera de siempre.

Sus recordatorios a la plana mayor, a los compromisarios y, a través de las cámaras, a todos los votantes del PP, han sido terriblemente incómodos para los anestesistas de la nueva era. De ahí las reacciones ahogadas, los cabreos mal disimulados, y esta infame respuesta de algún impotente miembro de la dirección, recogida por Méndez en El Mundo: "Qué hijo de puta, qué hijo de puta". Por no hablar de los responsables autonómicos que, según la misma fuente, se resentían de esta guisa: "¿Cómo puede decir que no se arrepiente de nada, cuando nos metió en el lío de la guerra de Irak? Aznar es pasado y está pasado." Así que ya habitan la cúpula del PP tipejos capaces de llamar hijoputa al presidente de honor y de avalar el "no a la guerra" con que el progrerío incendió las calles. He ahí el giro. El giro hacia el PSOE.

Pero el giro va a resultar de lo más sorprendente. Porque digan lo que digan esos barones que sueltan su veneno a hurtadillas, sujetos plenamente identificados con la nueva era del Rajoy metamorfoseado desde su viaje a México (¡Ay, ese viaje!), la tontería de que Aznar es el pasado (lo que en esencia trataban de transmitir los organizadores) ha quedado desmentida. Para el alma del partido, el pasado viene aquí representado por el ganador formal del congreso.

Ningún popular con sangre en las venas, ninguno cuya subsistencia no dependa del favor de Rajoy, ninguno que no haya mentido (y se haya mentido) con su militancia dejará caer en saco roto estas advertencias:

Primera: no recordar a María San Gil y Ortega Lara es una traición (Rajoy no los recordó en su alocución). Segunda: el PP no tiene los votos en propiedad, no puede ignorar a quienes ya lo votan a fin de ampliar su espacio. Tercera: primero se ganan las elecciones y después se ofrece diálogo y acuerdos.

Hubo más, pero estas tres bastan para resumir lo esencial: o se respeta a los mejores dirigentes, se cuida a los votantes y se transmiten mensajes claros, o bien se incurre en traición, se pierde electorado con estrategias estúpidas y se pierden las elecciones con una mano tendida que nadie va a estrechar.

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