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Amando de Miguel

Historias sobre la lengua para contar en las largas tardes del verano

Los presagios contemporáneos sobre el fin del mundo tienen un aire cientificista: El holocausto nuclear, el gigantesco meteorito que cae sobre la Tierra, la capa de ozono que nos ahoga, el calentamiento global.

Carlos A. Oliveras me cuenta una experiencia de sus años de estudiante en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona. En uno de los cursos se vio que asistían tres estudiantes que venían de Lituania. Su español era bastante escuálido. El profesor dio toda la clase en catalán, cosa habitual. Al fin de la clase los tres lituanos se acercaron a hablar con el profesor. Al día siguiente el profesor manifestó a los alumnos la preocupación de los lituanos, que no se enteraban de nada. El profesor arguyó que "no se sentía cómodo hablando en castellano", así que, a partir de ese momento daría la asignatura en inglés. El inglés del profesor era peor que el español de los lituanos. El hombre trataba de superar su ignorancia gesticulando exageradamente. Así que don Carlos decidió abandonar la asignatura.

Miguel A. Taboada nos refresca con un par de historias judías, que transcribo para el general deleite del libertariado:

Rosemblum ve a la mujer de su amigo Aarón asomada a la ventana de su casa.

–Sarita, ¿tu marido está en casa?

–No

–¿Puedo subir, entonces, para estar un rato contigo?

–¿Acaso me tomas por una prostituta?

–¿Y quién habló de pagar?

Dos amigos judíos se encuentran en la calle. Uno de ellos lleva del brazo a su anciana madre.

–Hola Itzik. ¡Cuánto tiempo sin verte! ¿Qué es de tu vida?

–Pues aquí estoy con mi madre, que la pobre se ha quedado sorda y ciega.

–¡Cuánto lo siento Itzik! Y dime, ¿la has llevado al médico?

–No, no. La acompaño para que le corten la luz y el teléfono.

Miguel A. Taboada queda nombrado como el Gran Contador de Historias de este corralillo. Se lo ha ganado a pulso. Sigue una emotiva historia que traduzco y sintetizo: Todo el mundo recuerda las palabras que pronunció el astronauta Neil Armstrong al pisar la Luna: "Este es un pequeño paso para [un] hombre, pero un salto de gigante para la humanidad". Lo que no se cuenta tanto es lo que añadió cuando entró otra vez en el módulo: "Buena suerte, señor Gorsky". Los de la Nasa pensaron que se trataba de una broma cariñosa dirigida a algún cosmonauta soviético. Pero nadie pudo encontrar entre los cosmonautas rusos al tal Gorsky. Neil Armstrong se resistió a desvelar el misterio. Hasta que en 1995, un periodista suscitó por enésima vez la pregunta de quién era el señor Gorsky. Armstrong señaló entonces que el señor Gorsky acababa de morir y por fin podía desvelar el misterio. En 1938, cuando Neil Armstrong era un niño en una pequeña ciudad provinciana, se encontraba un día jugando al béisbol con un amigo en el jardín de su casa. Su amigo lanzó la pelota, Neil la golpeó con tal fuerza que dio a parar en la cama del vecino a través de la ventana. Ese vecino era el señor Gorsky. Cuando el pequeño Neil se acercó a la casa del vecino para pedir perdón y solicitar que le devolviera la pelota de béisbol, oyó que la señora Gorsky le decía a su marido: "Sexo, ¿quieres sexo? Lo tendrás cuando el niño del vecino se pasee por la Luna". ¡A ver si no es tierna la historia! Gracias señor Taboada.

Timoteo Giménez recuerda un tiempo en el que, de tanto en tanto, se difundían los presagios de un anunciado fin del mundo ("la fin del mundo", decían algunos). Tanto fue así que en el pueblo de don Timoteo los lugareños se comieron de unas pocas sentadas la fridura (= embutido) que tenían reservada para los días de la siega. Fue la reacción ante el anuncio que hizo el cura de que el fin del mundo era inminente. Pero llegó la época de la siega, el fin del mundo pasó de largo y los vecinos se quedaron sin fridura. Una mujer comentó: "¡Ya cansaba tanta fridura, leche. A pique de ponernos malos, coña!".

José Mª Navia Osorio comenta sus recuerdos de los presagios del fin del mundo. Tenía el hombre siete años y un "fulano dijo que se acababa ese día a las cinco de la tarde. "Me lo creí y, por si acaso, adelanté la merienda para no quedarme sin la onza de chocolate. Tuve que ver cómo mis hermanos se zampaban su chocolate una hora más tarde." Ahora entiendo que el anuncio recurrente sobre el inminente fin del mundo ha tenido la función de justificar algunas comilonas, que buena falta hacían a la humanidad siempre hambrienta. Qué casualidad, la similitud entre esas dos palabras,hombre y hambre. Los presagios contemporáneos sobre el fin del mundo tienen un aire cientificista: El holocausto nuclear, el gigantesco meteorito que cae sobre la Tierra, la capa de ozono que nos ahoga, el calentamiento global. Por cierto, no recuerdo un verano más fresco en toda mi vida, este que estamos atravesando.

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