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Charles Krauthammer

Obama, el perfecto extraño en la noche

Lo raro de esta convención es que su figura central es un hombre hecho a sí mismo, un Gatsby misterioso y encantador. El motivo palpable de aprehensión es que el elegido es un completo desconocido.

Barack Obama es un hombre que ha dedicado gran parte de su inmenso talento a elaborar, y relatar, no cosas, ideas o instituciones, sino su propia vida. No habría nada de malo en eso, ni siquiera resultaría muy extraño, si no fuera porque aspira al puesto que le permitirá construir la historia del futuro próximo de los Estados Unidos. Un salto de tal magnitud es extraño. El aire de inquietud en la convención demócrata esta semana no era sólo resultado del psicodrama Clinton. El motivo más profundo de la ansiedad es que el partido está nominando a un hombre de mucha poesía pero hechos muy contados de los que apenas hay testigos.

Cuando los demócratas presentaron a John Kerry en su convención hace cuatro años, un pelotón de la guardia de honor integrado por una docena de compañeros de sus días en Vietnam le rodeó en el podio dando fe de su carácter y predisposición al liderazgo. Tales testimonios personales son la norma. La lista de compañeros militares o colegas en el Senado que podrían avalar a John McCain a partir de la experiencia personal es larguísima. En una fecha menos partidista del calendario, esa relación podría incluir incluso a los demócratas Russ Feingold y Edward Kennedy, con quienes John McCain trabajó en la redacción de leyes importantes.

En la convención demócrata de este año brillaron por su ausencia personas de nivel que habiendo estado implicadas seriamente en algún momento de la vida de Obama y dieran la cara para decir: Conozco a Barack Obama. He trabajado con Barack Obama. Hemos trabajado sin descanso y prosperado juntos a pesar de tenerlo todo en contra. Podéis confiar en él como yo confío.

Hillary Clinton podría haber dicho algo parecido. Después de todo, Obama y ella habían tomado parte en una competición histórica y totalmente apasionante por la candidatura presidencial de su partido. En su discurso de la convención, estuvimos en vilo esperando que ofreciese una sola línea de testimonio: He llegado a conocer a este hombre, a admirar a este hombre, a ver su carácter, su valor, su sabiduría, su juicio. Cualquier cosa. Lo que fuera.

En su lugar, no hubo nada. Por supuesto que le brindó su apoyo. Pero fue un apoyo completamente mecánico: Todos nosotros somos demócratas. Él es demócrata. Él cree en lo mismo que vosotros. De forma que nuestro deber es elegirle, dado que ahora mismo yo no estoy disponible para cortar el bacalao demócrata. Que Dios bendiga a América. Que Clinton se abstuviera del "He llegado a conocer a este hombre" fue algo vengativo, interesado y también desagradable, porque uno se da cuenta de que si ella no lo hizo, nadie más lo hará. No por alguna deficiencia inherente en el carácter de Obama, sino simplemente como reflejo de una vida joven con una biografía notablemente escasa según los estándares de los candidatos a la presidencia.

¿Quién estuvo allí para hablar del verdadero Obama? Su esposa. Ella pudo hablar del Barack padre, marido y hombre de familia de manera perfectamente sincera y atractiva. Pero con eso no llegarán muy lejos. No proporciona pistas sobre la figura pública, el líder nacional. ¿Quién va a dar fe de eso? El marido de Hillary sí llegó, en la tercera noche, a afirmar ceremonialmente que Obama está "preparado para ser líder". Sin embargo, no ofreció ni rastro de pruebas, por no hablar de experiencias personales, sobre Obama. Y aunque lo expresó a su manera, encantadoramente, todo el mundo sabía que, habiéndose sugerido exactamente lo contrario durante meses, ni una de sus palabras iba en serio.

La elección vicepresidencial de Obama, Joe Biden, elogió, como es natural, las virtudes de su patrón, por ejemplo por haber "superado divisiones partidistas (...) para mantener las armas nucleares lejos del alcance de los terroristas". Pero controlar el armamento atómico es tan bipartidista como la maternidad y tan falto de controversia como el pastel de manzana. La medida legislativa fue tan mínima que fue aprobada a mano alzada y no recibió casi ninguna atención mediática.

Les propongo un experimento mental. Supongamos que John McCain se ha jubilado de la política. ¿Daría él fe del valor político de Obama a la hora de dialogar con el otro extremo del hemiciclo para trabajar en la reforma para luchar contra la corrupción, una colaboración de la que Obama presumió en el debate de Saddleback? "De hecho", informa el think tank Annenberg Political Fact Check, "los dos trabajaron juntos durante apenas una semana, tras la cual McCain achacó a Obama ‘posicionamientos partidistas’ e inició un volcánico intercambio epistolar denunciando su traición a acuerdos previos".

De forma que, ¿dónde están los colegas? ¿Y los amigos? ¿Y los amigos del alma políticos o espirituales? Su consejero espiritual y mentor más importante es Jeremiah Wright. Pero ya no está. Después está William Ayers, con quien ocupó un cargo en una junta directiva. También se fue. ¿Donde están los demás?

Lo raro de esta convención es que su figura central es un hombre hecho a sí mismo, un Gatsby misterioso y encantador. El motivo palpable de aprehensión es que el elegido es un completo desconocido, un extraño profundamente motivador, elegante y brillante con el que los demócratas han mantenido un tórrido romance. Sin embargo, tras el lento despertar, se dan la vuelta, observan la alianza y se preguntan con quien se casaron la noche anterior.

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