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Amando de Miguel

Gramática, inexacta y divertida

Se debe decir "presidente" para una mujer que preside, y no "presidenta". La razón es que decimos, atacante, saliente, ente, ardiente, estudiante, paciente, dirigente e ignorante.

José Mª Navia Osorio me transmite la queja de un amigo argentino, quien se lamenta que aquí llamemos "español" al idioma castellano. Espero que don José Mª le contestará que en España somos muchos los que nos quejamos de que llamemos "castellano" al idioma español. El resultado es una estupenda ambivalencia; la sal del idioma, vaya.

Don José Mª se ve asaltado por una pequeña duda: el plural de "álbum". Desde luego, no es "álbums" ni "álbunes" (con <n>), sino "álbumes". El de Oviedo está de acuerdo con ello, pero reconoce que la gente emplea los otros plurales incorrectos. La verdad es que, si realmente se dice "álbun", ¿por qué no seguir con "álbunes"? Sería la desesperación de los gramáticos.

Juan Enrique de la Rica contradice mi afirmación de que, es español, las palabras que empiezan por <ue> se escriben con <h>. "Al menos hay un ejemplo contrafáctico: uebos (= necesidad)". Bien, es la excepción que confirma la regla. Además, la palabra "uebos" es un anacronismo. No creo que Federico Trillo dijera, en memorable ocasión, "manda uebos".

Cándido Alvarado Muñoz (San Pedro de Sola, Honduras) me dice que, en su tierra, se utiliza la cursiva o bastardillas para los nombres de los apodos. En España también, por ejemplo, Manuel Rodríguez, Manolete. Pero a mí ese recurso no me parece imprescindible.

Juantxo sostiene, apasionado, que se debe decir "presidente" para una mujer que preside, y no "presidenta". La razón es que decimos, atacante, saliente, ente, ardiente, estudiante, paciente, dirigente e ignorante. Por lo mismo, decimos dentista, sindicalista, pianista, etc. para el masculino y no "dentisto", "sindicalisto" o "pianisto". Razón tiene don Juantxo, pero el uso manda al decir "presidenta" o "estudiante". Se abre la ventanilla de opiniones. Recuerdo que, siendo yo niño, para recriminarme por mis manos sucias, mi madre decía: "¡vaya manos de escolante!".

Rafael Núñez señala una tacha muy frecuente y molesta del habla semiculta, a la que ya me he referido aquí en ocasiones. Se trata de la pedantería de las sucesivas derivaciones de palabras sencillas. Por ejemplo:

de...

se deriva...

y a su vez...

inicio

iniciar

inicial

inicializar

culpa

culpable

culpar

culpabilizar

influir

influencia

influenciar

Esperemos que el proceso no siga y tengamos que decir "inicialización", "culpabilización", etc. ¿Se imaginan a la pobre Magdalena Álvarez con su pensamiento rápido?

José Antonio Utrera opina que las personas que "usan el infinitivo como imperativo [manifiestan una] cultura inacabada, por decirlo de forma eufemística". No seré yo tan estricto. El imperativo es un tiempo incómodo, desagradable, especialmente cuando se trata de un mandato genérico, dirigido a cualquier persona. El habla procura atenuar esa sensación proporcionando fórmulas alternativas más suaves de ordenar la misma cosa. Si viéramos un letrero en una puerta que dijera "no entren" o "No entrad", nos sonaría un tanto insolente. Para mitigar esa sensación, la alternativa suave podría ser "No entrar". Los gramáticos podrán decir lo que quieran, pero esa segunda opción menos educada demuestra mejor educación.

Miguel Alonso (Madrid) considera que la expresión "las miles de personas", que se emite en diferentes medios, es incorrecta; debe decirse "los miles de personas". Razón tiene don Miguel. Como sustantivo, "mil" o "miles" es siempre masculino.

Aprovecha la ocasión don Miguel para enviarme esta lisonja, que agradezco: "Es usted una de las pocas personas que llaman al pan, pan, y al vino, vino; sin someterse a la corrupción de los conceptos dictada por la corrección política". Supongo que lo de la "corrección política" se dice irónicamente. En cada lugar es diferente. Por ejemplo, en los Estados Unidos no se puede decir que Obama es negro; en España no se puede decir que Zapatero es ateo. Es claro que yo contradigo esa norma de la hipocresía política. Tiene sus costes y sus satisfacciones.

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