Las colonias
La izquierda nacionalista en las Antillas y en otras colonias sí reivindica de forma vaga y sentimental la independencia nacional, si bien nunca la económica, más bien al revés, porque viven esencialmente de la subvención del Estado francés.
Las organizaciones de izquierda en las colonias francesas (púdicamente designadas como "territorios de ultramar") tienen un curioso lenguaje (o chantaje) que ha tomado forma estos días en Guadalupe, colonia que sufre una huelga general desde hace un mes y que amenaza con extenderse a otros territorios como la vecina Martinica. Por resumir este chantaje, se acusa a la metrópoli, a las autoridades francesas, de ser negreras, colonialistas, explotadoras y racistas y, al mismo tiempo, se exige reforzar los lazos con el enemigo pero en forma de más dinero y subvenciones. Es un chantaje evidente: amenazan de "romper con París" pero sólo si París no paga. Con todo esto no quiero decir que no existan problemas, pero ni se entiende ni se explica la carestía de la vida, de la gasolina, de los productos de primera necesidad; todos mucho más caros en Francia. Se ha llegado a algunos acuerdos, pero la huelga continúa y uno de los flecos sin solución es la reivindicación de un aumento de 200 euros al mes para los salarios más bajos. El Gobierno responde: esa no es nuestra competencia, ya que es algo que debe negociarse entre empresarios y trabajadores. Pero los huelguistas responden que no, que ese Gobierno de negreros, de colonialistas que no respeta nuestra identidad, deben ser quienes paguen. La izquierda nacionalista en las Antillas y en otras colonias sí reivindica de forma vaga y sentimental la independencia nacional, si bien nunca la económica, más bien al revés, porque viven esencialmente de la subvención del Estado francés, una situación hipócrita que los reconforta: cuanto más insultemos a los "blancos", más subvenciones obtendremos y, por tanto, "adelante camaradas, ¡viva la dependencia nacional!".
Buen ejemplo de esa hipocresía nos lo ofrece Edouard Glissant, escritor que ha recibido numerosos primeros literarios franceses (lógico, es su lengua), quien reside a menudo en París –donde se las da de intelectual de izquierdas, anticolonialista, ferviente defensor de la negritud...– y que en Fort-de-France, creo, es un potentado que vive en un palacete, con verjas electrificadas, sistemas de alarma y perros feroces (como si fuera un narcotraficante de Madellin) para protegerse de esos negros pordioseros que serían capaces de asaltarle y robarle a él, la sublime voz de los humillados y ofendidos, descendientes de la esclavitud. Pero claro, Eduourad Glissant no es el problema ni la solución: el problema es el sistema colonial francés. Y no sólo en Antillas.
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