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Alberto Acereda

¿Qué pasa con el Partido Republicano?

Qué hay que matizar respecto al deseo de todo individuo de que el gobierno no invada su libertad? ¿Qué gaitas hay que templar en cuanto a apoyar la defensa inalterable de la ley y la seguridad de los ciudadanos?

Han pasado seis meses desde la victoria de Barack Obama en las presidenciales norteamericanas. Tras el periodo de transición y sus primeros cien días en la Casa Blanca, Estados Unidos ha presenciado un giro hacia la socialdemocracia, patente en el desarrollo de políticas todavía más intervencionistas y en el aprovechamiento de la crisis financiera para ampliar el papel del gobierno niñera en la vida de los ciudadanos. Nada de esto debe sorprender a estas alturas pues el mismo día de la inauguración algunos ya dijimos que la izquierda política norteamericana (entendiendo ésta como socialdemocracia) había aterrizado en la Casa Blanca. Quienes juzgaron entonces a Obama como centrista o moderado hoy tienen ya ante sus ojos la realidad de lo que es el Partido Demócrata y su tridente Obama, Pelosi y Reid, apoyados por la inmensa mayoría de los medios de comunicación.

Ante todo esto, reconozcamos que el Partido Republicano anda algo perdido ante la sonrisa de Obama y el miedo a pecar de políticamente incorrecto. Importa poco que Obama diga "Cinco de cuatro" en lugar de "Cinco de mayo", que pida una hamburguesa con mostaza "Dijon" o que lea el discurso equivocado en el teleprómpter. A los republicanos –cada día más dormidos– les tiembla el pulso a la hora de hacer frente a lo que es, a día de hoy, la ideología más peligrosa para el mantenimiento de los valores y principios que hicieron grandes a los Estados Unidos. Obama se empapó muy bien las reglas para radicales de Saul Alinsky y las está aplicando de manera impecable a fin de presentarse simpático ante la ciudadanía, para alcanzar los mayores logros legislativos en este primer mandato, para confiar en que la economía no se ponga mucho peor y para obtener un segundo mandato. El objetivo es perpetuar un giro definitivo hacia la socialdemocracia en Estados Unidos.

En el circo de los republicanos sólo de nombre aparecen ahora mismo debates en torno a lo que debe hacer el partido para recuperar la confianza de los electores. Se habla de la gran tienda de campaña donde el partido se abra a diversas opiniones: sobre el aborto, el matrimonio gay, la cuestión fronteriza... Políticos como Jeb Bush y aun Mitt Romney o Eric Cantor aparecen por Arlington (Virginia) en actos públicos para "escuchar a los ciudadanos" e intentar refundar la marca del partido y dejar atrás la añoranza de los ochenta... Republicanos sólo de nombre como el senador Arlen Specter cambian de partido para salvar el cuello acusando a sus colegas de haberse ido demasiado a la derecha, cuando resulta que si han ido a algún sitio ha sido al idiotizado centro, o sea a nada. Otros republicanos que votaron por Obama como Colin Powell atacan a comentaristas radiofónicos y piden una mayor flexibilidad del Partido Republicano en temas fiscales y sociales.

En otras palabras, que no pocos figurines del Partido Republicano andan a la defensiva. Quieren parecerse a Obama y agradar engañosamente a sus votantes, cosa que contradice en sí mismo el grueso del pensar de la base conservadora de los votantes del partido. Porque el error más grave es precisamente querer abandonar los principios del conservadurismo que tan bien plasmaron Barry Goldwater o Ronald Reagan. ¿Que hay que suavizar en cuanto a la defensa de la vida y la oposición al asesinato de seres inocentes que es, sin más, el aborto? ¿Qué hay que matizar respecto al deseo de todo individuo de que el gobierno no invada su libertad? ¿Qué gaitas hay que templar en cuanto a apoyar la defensa inalterable de la ley y la seguridad de los ciudadanos?

Hemos explicado ya repetidas veces que año tras año la encuesta del Battleground Poll muestra que el pueblo norteamericano es en un 60% conservador. Obama pudo ganar presentándose como admirador de Reagan, como político que iba a recortar los impuestos... pero la realidad a día de hoy es que –pese a su popularidad personal– sus políticas reales y su ominoso intervencionismo resultan bastante impopulares. Es por ello que el Partido Republicano tiene ahora (a año y medio de las elecciones intermedias) la primera y acaso única gran oportunidad para mostrar su perfil conservador y devolver a la ciudadanía la América de los valores de libertad y prosperidad desde el individuo, no desde el Gran Gobierno. Hace falta volver a esos principios conservadores, mirar a la historia de esta nación y darse cuenta de que aquellos mismos republicanos que se quisieron parecer al Partido Demócrata y dudaron de los valores conservadores fueron precisamente los que perdieron después una y otra vez las elecciones: Gerald Ford en 1976, George H.W. Bush en 1992, Bob Dole en 1996, John McCain en 2008.

Cuando a Ronald Reagan le preguntaron al inicio de su presidencia si tenía alguna culpa de los problemas de la nación, respondió irónicamente que sí: que su culpa era haber sido en el pasado miembro del Partido Demócrata. Reagan había heredado la fatídica América de Carter y había ganado en 1980 en todos los estados de la Unión excepto en uno. Algo parecido haría otra vez en 1984. Ese logro de Reagan y esas políticas del conservadurismo, mejor inspiradas y explicadas todavía por el gran conservador que fue Barry Goldwater, son las que hoy debe aplicar el Partido Republicano.

Es ahí donde entran los nombres más atacados y vilipendiados desde fuera: Sarah Palin, Bobby Jindal, Jim DeMint, Mark Sanford... Estos son los nombres que ponen nerviosa a la progresía norteamericana, precisamente porque defienden esos principios y valores del ciudadano medio que resultan siempre ganadores. Hablamos de los mismos ciudadanos que salieron a protestar hace unas semanas emulando el motín del té y reclamando libertad en lo económico y en todos los ámbitos de la vida. Por eso quieren destruirlos desde el lado demócrata. El Partido Republicano, en fin, sólo tiene un camino: volver a sus principios conservadores y defenderlos, recuperar posiciones en 2010 y aspirar de verdad a recuperar el Congreso y la Casa Blanca en 2012. Para ello se necesitará pronto un líder. Y cuanto más fiel a los valores conservadores sea, mejor. Si no, tendremos Obama –como mínimo– hasta 2016.

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