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Cristina Losada

La corrupción democratizada

El Estado es visto por muchos como un edificio sin propietario que pide a gritos un buen saqueo. Natural que lo quieran hacer cada vez más grande. Así prospera la cultura del chupe, el chollo y el trinque, y la clientela está contenta.

Cuando un consejero de la Junta andaluza afirmó que "todos los padres quieren lo mejor para sus hijos" hacía algo más que defender a su antiguo jefe y hoy vicepresidente del Gobierno en un notorio caso de nepotismo. Martín Soler, que tal es el nombre del personaje, estaba apelando a la complicidad. A la complicidad de su clientela, que es aquella parte del electorado andaluz que mantiene desde hace décadas al PSOE en el poder autonómico y que, por tanto, es mayoritaria. Y que también entrega al mismo partido un caudal de votos imprescindible para fondear en el puerto de La Moncloa.

La fórmula del consejero era un llamamiento a la comprensión fundada en la reciprocidad. Hoy por mi hijo, mañana por el tuyo. Es la idea de que cualquier padre que, como Manuel Chaves, quiera lo mejor para sus retoños, puede utilizar el poder político o administrativo fuera de su campo legítimo a fin de conseguir tan enternecedor objetivo. El sistema no sólo funciona con los familiares, pero el parentesco añade la porción extra de nata sentimental. Y se blinda si existe la percepción de que el acceso a tales resortes –ilegales, inmorales, ilegítimos– para obtener prebendas de la Administración no está circunscrito a unos cuantos privilegiados. 

La corrupción puede mantenerse a largo plazo por la vía de la dictadura o por la de su democratización. No quiere ello decir que todo el mundo lo haga. Basta con el sobreentendido de que todo el mundo puede hacerlo. Cada uno, claro, a su nivel. Si las prácticas corruptas beneficiaran a unos pocos, surgiría el resentimiento de los excluidos, pero cuando parece que cualquiera puede disfrutar de esas ventajas, ese peligro se reduce. La corrupción, además, deja de considerarse como tal. La desviación se normaliza y la conducta anómala será la de aquellos que no se aprovechen.

En todas partes hay corruptos, pero en el país de la novela picaresca tenemos una tradición que predispone a la simpatía con los que se aprovechan. Será por eso que un Felipe González puede hacer bolos en campaña electoral y dar lecciones de ética. Durante la II República se popularizó el término "enchufe", pero el enchufismo y otros ismos análogos no nacieron entonces ni han desaparecido aún. El Estado es visto por muchos como un edificio sin propietario que pide a gritos un buen saqueo. Natural que lo quieran hacer cada vez más grande. Así prospera la cultura del chupe, el chollo y el trinque, y la clientela está contenta.

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